La lluvia comenzó suave, casi como un susurro.
La casa no la rechazó.
La dejó entrar por las grietas, como si supiera que era parte del ciclo.
Noah escribía en el ático, transformado en su santuario.
Cada palabra que plasmaba parecía restaurar algo más que recuerdos: devolvía dignidad, cerraba heridas.
Yuki dormía en la alfombra, con un libro viejo sobre el pecho.
Entonces… alguien tocó la puerta.
Una, dos veces.
Y luego, silencio.
Noah bajó sin prisa, sin temor.
Abrió.
Y ahí estaba Rei.
Empapado.
Cansado.
Con el rostro pidiendo permiso sin decir palabra.
—No esperaba que abrieras —susurró.
—Yo tampoco esperaba verte de nuevo —respondió Noah.
No hubo abrazos.
Solo esa pausa densa, como antes de una tormenta.
Pero no había odio.
No había rencor.
Solo un eco antiguo de algo que no alcanzó a ser lo que podría haber sido.
Yuki bajó las escaleras en silencio.
Lo vio.
Y también se quedó quieto.
Rei tragó saliva.
—No vengo a pedir nada. Solo… quiero dejar algo. Algo que encontré. Que tal vez les pertenece más a ustedes que a mí.
Sacó una caja de madera gastada.
La colocó en la mesa.
Y se quedó de pie. Esperando juicio.
Noah la abrió.
Dentro había papeles. Dibujos. Una bufanda con olor a tierra vieja.
Y un cuaderno.
De tapas grises.
Lo reconoció al instante.
—¿Dónde encontraste esto?
—En casa de mi abuela. Después de… después de huir de aquí, me fui allá. Y ella me contó cosas. De mí. De la casa. De lo que tú y Yuki… estaban enfrentando. Yo... fui cobarde.
La confesión cayó como lluvia tibia sobre tierra reseca.
Yuki se acercó, sin dureza en los ojos.
—¿Por qué regresaste?
Rei lo miró. No a la casa. No al pasado. A él.
—Porque no puedo vivir con la idea de que fui parte del silencio. De que cuando más se necesitaba ser visto, yo desaparecí. No vine a reparar lo que no puedo. Solo… quería decirles que los veo ahora. Y que los creo.
Noah cerró el cuaderno.
—¿Lo leíste?
—No. Sentí que no me correspondía.
Eso bastó.
La casa no protestó por su presencia.
No tembló.
No lloró.
Solo dejó que el sonido de la lluvia envolviera a los tres.
Pasaron horas en la sala.
Sin acusaciones.
Solo memoria compartida.
Yuki, tras una pausa, dijo:
—Rei… si quieres quedarte esta noche, puedes.
Noah no lo miró al decirlo. Pero tampoco lo negó.
Rei suspiró, como si acabara de soltar un peso de años.
—Gracias.
Esa noche, durmieron en habitaciones distintas.
Pero los tres sabían que algo había cambiado.
No se trataba de volver a lo que fueron.
Sino de abrir espacio para lo que podrían ser.
Por la mañana, Noah despertó con el cuaderno entre sus manos.
No recordaba haberlo tomado.
Lo abrió.
Y en la primera página, con letra diferente, decía:
"Si estás leyendo esto, es porque aún hay esperanza."
Era la letra de un niño.
Posiblemente uno de los antiguos habitantes de la casa.
Tal vez Rei lo había guardado sin entender su peso.
Pero ahora… las piezas encajaban.
Noah cerró los ojos un momento, reflexionando.
De repente, algo hizo clic en su mente.
Rei había sido parte de la historia de la casa, más profundamente de lo que había contado. No solo como un visitante. Había sido un "Rey"en el ciclo oscuro de la casa, uno de esos elegidos por el destino sombrío que la casa había establecido para mantener su poder. La casa no lo había elegido por su bondad. sino por su sensibilidad, por su capacidad de sentir la fuerza del hogar, esa fuerza oscura que lo convertía en un receptáculo del sufrimiento, de las voces atrapadas.
Pero algo había cambiado.
Noah recordó un momento cuando Rei desapareció. Un giro en la historia que se había dejado en el aire. Rei había escapado, sí, pero no por decisión propia. La casa lo había expulsado al darse cuenta de que su “Rey” ya no estaba conectado al ciclo de oscuridad. Ya no podía retenerlo en su esfera de influencia. La desaparición de Rei fue una liberación, pero también una condena. Se fue, dejando atrás el poder de la casa, pero se olvidó de sí mismo en el proceso.
La abuela de Rei, que también era médium, había ayudado a su nieto a romper ese vínculo, aunque a un gran costo. Rei había sido un receptor de esas voces, de esos recuerdos, de esos sufrimientos, y la abuela lo había ayudado a cerrar esa puerta del pasado, eliminando el objeto que lo ataba a su rol de "Rey". Sin embargo, Rei nunca logró recuperar por completo su esencia, siempre sintió que parte de él seguía atrapada en las sombras de la casa. Por eso regresó: para reconciliarse con su pasado y con lo que pudo haber sido, pero nunca fue.
Rei había vuelto, no solo como un hombre perdido, sino como alguien que se redimía ante sí mismo.
Y ahora, el cuaderno gris se llenaba de nombres, de historias, de voces que antes no habían sido escuchadas. Los relatos que había ayudado a silenciar ahora tenían cabida en la memoria de la casa.
La casa… vibró con ternura.
El libro estaba vivo.
Y aún quedaban páginas por escribir.