Capítulo 24: Donde Empieza el Final

La figura del primer Rey se detuvo frente a ellos. No hablaba, pero su presencia era como un alarido constante en el fondo de sus mentes. Su cuerpo parecía hecho de humo denso y carne olvidada. El pasillo se cerró tras ellos, dejando solo una salida: enfrentarlo.

Noah apretó con fuerza la mano de Yuki. Rei estaba un paso adelante, su cuerpo tenso, sus ojos fijos en el espectro.

—Este es el momento, —dijo Rei con voz firme—. No lo venceremos con fuerza. Solo nos queda la verdad.

Y entonces, la casa habló.

No fue con palabras. Fue un eco dentro de sus cuerpos, un latido, una confesión que emergía de las paredes, de los cimientos, del suelo mismo:

"Cada uno de ustedes vino aquí huyendo de algo. Pero yo no soy una prisión. Soy un espejo. Y esta figura... es lo que reflejaron."

Yuki dio un paso al frente, sus labios temblaban.

—No quiero seguir siendo una víctima. ¡Yo no pedí esto, no pedí que mi vida se rompiera aquí! —gritó, mirando al espectro con una furia que apenas podía sostenerse en pie.

La figura pareció tambalearse. Un trozo de su cuerpo cayó al suelo como ceniza.

Rei lo entendió al instante.

—No es real. Es el símbolo de lo que nos niega. Lo que no decimos, lo que no enfrentamos.

Noah soltó la mano de Yuki y se adelantó. En su pecho, el cuaderno gris comenzaba a arder. Lo sacó lentamente y lo sostuvo entre sus dedos.

—Mi miedo... no era la casa. Era perderme a mí mismo aquí. Olvidar quién era antes de todo esto —murmuró.

Y entonces, lo rasgó. La página en blanco del final del cuaderno se arrancó como si fuera parte de su alma. El grito que vino del espectro fue ensordecedor, y la casa tembló violentamente.

Una de las paredes del pasillo colapsó, dejando ver una habitación oculta, redonda, como un corazón de piedra palpitante. Dentro, tres sillas vacías, una para cada uno de ellos. Y en el centro… un espejo antiguo cubierto por una tela negra.

Rei fue el primero en entrar. Sabía qué era esa habitación. La había visto antes, cuando aún era el Rey.

—Esta es la Sala del Juicio. Aquí la casa decide quién puede marcharse. Y también… quién debe quedarse.

Noah y Yuki lo siguieron. El espectro del primer Rey no entró. Se desvaneció lentamente, convertido en humo que la casa absorbió. Pero no desapareció del todo. Su esencia quedó flotando en los márgenes del silencio.

Rei caminó hasta el espejo y, con un solo gesto, retiró la tela.

El reflejo no era de ellos. Era de la casa. Las habitaciones, los pasillos, las sombras… pero también los gritos, el dolor, las cicatrices que habían dejado los que vinieron antes.

—¿Qué se supone que hagamos? —preguntó Yuki con la voz quebrada.

—Decidir —dijo Rei—. Este espejo mostrará lo que más tememos perder. Si somos capaces de aceptarlo, entonces la casa pierde su poder sobre nosotros.

Noah fue el primero en mirar.

Vio a su madre. La vio en el hospital, agonizando sola. Vio la carta que nunca le envió. El perdón que jamás pidió. Y se quebró por dentro. Lloró en silencio. Pero no apartó la vista.

Yuki miró después. Vio su infancia rota, las noches encerrado en un cuarto sin ventanas, escuchando los gritos al otro lado de la pared. Vio su reflejo herido y sangrante, pero no huyó.

Rei fue el último. Su reflejo no era humano. Era la casa. Una figura hecha de sombra, con su rostro y su voz, atrapada en una corona de espinas negras.

—Yo fui esto. Pero ya no lo soy —susurró Rei.

Y con ese acto, la sala comenzó a desmoronarse.

El espejo estalló en miles de fragmentos, y una luz cálida emergió del suelo. Por primera vez desde que llegaron, la casa dejaba de temblar.

Los tres se miraron. Estaban temblando, sucios, cansados, pero vivos.

—¿Terminó? —preguntó Yuki.

Noah asintió.

—No del todo. Pero cambió. Nosotros cambiamos.

Rei caminó hasta el centro de la habitación, donde la luz crecía. Una figura se alzó desde esa luz. No era el Rey. Era un niño. Uno de los muchos que la casa había tomado.

El niño sonrió.

—Gracias. Ahora puedo dormir.

Y se desvaneció.

El silencio volvió. Esta vez, no como amenaza. Sino como un descanso.

Horas después, los tres salieron por la puerta principal. El sol por fin atravesaba las nubes. El jardín, antes marchito, comenzaba a florecer.

La casa, ahora vacía, se mantuvo en pie. Pero no volvió a cerrar sus puertas.

Noah miró hacia atrás una última vez.

—No es solo una casa. Es una cicatriz. Pero ya no sangra.

Y tomados de la mano, siguieron caminando hacia el final del bosque.

Juntos.

Liberados.

Fin del segundo arco.