Capítulo 1: Fragmentos

El crujido del cristal quebrado interrumpió el sueño.

Noah se incorporó con un sobresalto. Su respiración era agitada, y su piel, perlada de sudor. El reloj marcaba las 3:33 a.m., la misma hora en la que solía despertar en la casa.

Pero eso había terminado. ¿No?

Se llevó una mano al cuello. Sentía una quemadura invisible allí, justo donde el espejo lo había cortado aquella última noche. Cerró los ojos, esperando que el temblor en sus manos cesara. Al girarse, el espacio vacío a su lado le devolvió un frío casi insoportable.

Yuki ya no dormía con él.

No por enojo. No por indiferencia.

Sino porque sus pesadillas se volvían más intensas cuando estaban juntos. Como si el vínculo que los unía también atrajera algo más. Algo que no querían nombrar.

Noah se levantó y caminó descalzo hasta el baño. Se observó en el espejo con cautela. Por un instante, pensó que su reflejo le sonreía con un segundo de retraso. Parpadeó. Nada. Solo él. Solo cansancio.

O eso quiso creer.

Yuki dibujaba en la vieja libreta que había recuperado de la cabaña. Sus dedos estaban manchados de grafito, y las páginas se llenaban con formas distorsionadas: un rostro tras el cristal, una mano extendida desde el agua, una silueta coronada de sombras.

—Ya no puedo fingir que estamos bien —murmuró en voz baja, aunque estaba solo.

No había hablado con Noah en dos días. No porque no lo amara. Justo por eso.

Amar dolía más cuando sabías que lo podrías perder. Otra vez.

Rei lo había dicho antes de irse: "El amor que nace del miedo tiene raíces fuertes… pero si no lo cultivas fuera de la oscuridad, se marchita.”

Yuki no quería marchitarse. No otra vez.

Esa noche, una carta llegó sin remitente a la cabaña de Noah. Solo tenía una palabra: "Reunión." Y una dirección en el bosque. A unos kilómetros de donde estaba la casa.

En la nota había algo más: un fragmento de espejo envuelto en tela negra. Noah lo sostuvo con manos temblorosas. El borde cortaba, pero no sangraba. Reflejaba algo que no estaba en la habitación: el rostro de Yuki, dormido… con lágrimas en las mejillas.

Corrió.

Yuki lo esperaba junto al lago, como si supiera que vendría. No dijeron nada al principio. Solo se miraron. El silencio era denso, casi insoportable, hasta que Noah dio un paso al frente.

—¿Tú también lo sentiste? —preguntó.

Yuki asintió.

—No puedo dormir sin verte —dijo, casi en un susurro—. Pero cuando estoy contigo, es como si algo nos observara a través de ti.

—Eso es lo que quieren que creamos —replicó Noah—. Que nos hagamos daño. Que el miedo nos consuma antes de poder amarnos sin cadenas.

Yuki lo miró, vulnerable. Su corazón batía con fuerza. Quería creer. Quería volver.

Noah lo abrazó.

Un abrazo tembloroso. Cargado de todo lo que no se habían dicho. De las noches en que fingieron estar bien. Del amor que sobrevivió a la casa… pero que no había sanado del todo.

—No quiero que te vayas —dijo Noah.

—Entonces no me sueltes —susurró Yuki.

Y no lo hizo.

Por primera vez en meses, durmieron juntos esa noche. Aferrados. Rotos. Pero vivos. Y cuando el amanecer tocó sus pieles, ambos supieron que lo que venía sería peor que todo lo anterior.

Porque la oscuridad ya no estaba en la casa.

Vivía en ellos.

Y no estaban solos.