El amanecer tiñó las paredes rotas del orfanato con un resplandor débil, como si la luz dudara en entrar. Rei había permanecido despierto toda la noche, sentado en la sala común, rodeado de papeles antiguos, fotografías marchitas y un diario con las iniciales A.I. en la cubierta de cuero.
Noah y Yuki llegaron en silencio. Algo en el ambiente exigía respeto… o luto.
—¿Estás listo para contarnos todo? —preguntó Yuki.
Rei asintió, sin levantar la mirada.
—El orfanato fue el origen. Aquí trajeron a niños sin nombre. Les ofrecieron “refugio”. Pero en realidad… era un laboratorio. Buscaban moldear almas puras con el poder del reflejo. Intentaban crear un vínculo entre el dolor humano y la energía del espejo.
Rei pasó el diario a Noah. Sus manos temblaron al tocarlo.
—¿Este… era de Aion?
—No. Era de su madre —respondió Rei—. Anna Isobel. Ella fue la primera en hablar del “Rey del espejo”. Pero no como entidad. Como su hijo.
Yuki sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Estás diciendo que Aion fue un niño real?
—Sí —dijo Rei—. Uno que nació aquí. Uno que fue consumido por los experimentos.
Las páginas del diario hablaban de un niño silencioso, de ojos negros como tinta, que nunca lloraba, nunca hablaba. Solo observaba.
"Mi Aion no está solo en su cuerpo”, escribió Anna. “Los espejos lo siguen. A veces escucho risas cuando no hay nadie. A veces, me despierto y su cuna está vacía… pero su reflejo aún me mira desde el cristal.”
Las entradas se volvían cada vez más erráticas.
“Quieren usarlo. Lo llaman ‘El núcleo’. Dicen que puede ser el portal. No entienden que si lo rompen, romperán algo que no podrán volver a cerrar jamás.”
La última entrada estaba rasgada, apenas visible:
“Hoy lo encerraron en el sótano. No como un niño. Como un experimento. Pero los espejos no olvidan. Y mi Aion… tampoco.”
Noah cerró el diario con un nudo en la garganta.
—Él no era solo una manifestación. Era un niño… uno que fue usado.
—Y roto —añadió Rei—. Tanto que su esencia quedó atrapada entre mundos. Lo que ustedes conocieron… era solo una parte. La otra, la más rota, ha sido liberada.
Yuki se levantó y caminó hacia la pared del fondo, donde una puerta semioculta apenas se sostenía por las bisagras. Abrió con cuidado. Detrás, una escalera descendía a la oscuridad. El sótano.
—¿Aquí lo encerraron?
—Aquí nació el primer vínculo con el espejo —respondió Rei—. Y aquí fue donde yo lo encontré… años después.
El sótano olía a polvo, humedad y tiempo estancado. Las paredes estaban cubiertas de espejos rotos, y en el centro, un círculo ritual tallado en el suelo, idéntico al de la antigua casa.
Y, sobre un colchón oxidado, había una manta infantil. Una figura diminuta, descompuesta por el tiempo, aún abrazaba un espejo pequeño, como si no hubiera soltado a Aion ni siquiera en la muerte.
Noah se agachó, con el corazón encogido.
—Era solo un niño —susurró.
Yuki se le unió, y por primera vez, no temió tocar ese lugar. Su mano rozó la del niño sin vida… y de pronto, una visión lo asaltó.
Aion. De pequeño. Llorando. Gritando sin voz. Clavando las uñas contra el cristal. Su madre golpeando la puerta. Gente de bata blanca observando. Riendo. Anotando.
Y luego, oscuridad.
Y el espejo.
Ofreciéndole compañía.
"Yo te veré. Yo te amaré. Nadie más lo hará.”
Yuki cayó de rodillas, jadeando. Noah lo sostuvo al instante.
—¿Qué viste?
—Lo que lo rompió… —respondió, temblando—. Aion no nació mal. Fue traicionado. Y se aferró al espejo como única forma de amor. De consuelo.
Rei apretó los puños.
—Y ahora esa parte herida… busca a quienes aún tienen algo que él no tuvo: amor real.
Los tres se miraron, sabiendo que lo que venía sería más peligroso que cualquier reflejo. Porque ahora el enemigo era el dolor de un niño que jamás fue salvado.
Esa noche, Noah y Yuki durmieron abrazados, en una de las habitaciones del orfanato, bajo una luna rota por nubes.
—No dejemos que lo olviden —susurró Noah—. No dejemos que lo pinten solo como un monstruo.
—Nunca lo haremos —respondió Yuki—. Porque incluso los fantasmas… merecen ser entendidos.
Y, en un rincón, una figura pequeña se acurrucó en silencio, sin ser vista.
Sus ojos brillaron, y por primera vez…
una lágrima rodó por su mejilla.