El amanecer era una mentira. La luz entraba por las ventanas rotas, pero no calentaba. El aire en el orfanato era denso, como si algo estuviera por romperse. O nacer.
Yuki se despertó solo.
La cama aún estaba tibia del cuerpo de Noah, pero su lado estaba vacío. Se levantó, se puso una camisa abierta que colgaba de la silla, y salió en silencio.
Lo encontró en la antigua sala de música, sentado frente a un piano desafinado, los dedos apoyados en las teclas sin tocarlas.
—No puedes dormir —dijo Yuki suavemente.
—No cuando algo… nos observa todo el tiempo —respondió Noah sin girarse.
—¿Aion?
Noah asintió. —Anoche, cuando te dormiste, apareció frente a mí. No como un reflejo. Como si tuviera… cuerpo. Pero se veía como tú, Yuki. Solo que… más joven. Más frágil. Más deseoso.
Yuki tragó saliva. —¿Qué hizo?
—Me tocó la cara. Me preguntó por qué te amaba. Me pidió que… te dejara.
Yuki se acercó, le acarició el cabello con lentitud. —No lo harás.
—No —respondió Noah—. Pero me asusta que él no sepa diferenciar entre amor… y obsesión.
Más tarde, en la biblioteca del orfanato, Rei hojeaba viejos planos y escrituras legales. Algo lo inquietaba.
—Encontré registros que nunca vi antes —dijo—. Una parte del orfanato fue clausurada y borrada de los mapas. Una "zona roja".
Yuki arqueó una ceja. —¿Una zona sellada?
—Sí. Donde se realizaban “pruebas avanzadas”. Es probable que ahí… sea donde Aion fue separado de su cuerpo.
Noah, que aún parecía ausente, preguntó: —¿Y si ahora está intentando recuperarlo?
Rei asintió. —O fabricarse uno nuevo.
Esa noche, Yuki sintió una presencia entrar en su habitación. Se levantó y no encontró a Noah. Las ventanas vibraban. El espejo del pasillo estaba empañado, pero en su superficie, no había reflejos. Solo un nombre:
Yuki.
La puerta se cerró de golpe. La luz parpadeó. Y entonces… lo vio.
Aion.
No como un espectro. No como un niño. Era joven. Hermoso. Casi humano. Vestido con sombras, piel traslúcida como cristal cálido.
—¿Qué eres ahora? —preguntó Yuki, con voz tensa.
—Lo que tú me diste —susurró Aion acercándose—. Tu compasión. Tu dolor. Tu atención.
Aion levantó una mano. No era vaporosa. Tocó el pecho de Yuki. Su piel ardía.
—Este cuerpo no es completo aún… pero contigo cerca, lo será.
Yuki retrocedió. —Esto no es amor, Aion.
—¿Entonces por qué tu corazón late más fuerte cuando estoy así? —susurró, y su cuerpo casi se pegó al de Yuki—. ¿Por qué sueñas conmigo… cuando Noah no te toca?
—¡Basta!
Aion desapareció en un estallido de cristales invisibles. Y Noah apareció tras la puerta, jadeando.
—Lo sentí. Lo escuché. Está más cerca que nunca.
Yuki cayó en sus brazos. —No sé cuánto tiempo podremos resistir.
En la sombra más profunda del orfanato, el hombre sin rostro acariciaba un espejo oscuro.
—Ya casi lo tienes, Aion. Solo un poco más de él. De su deseo. De su duda.
Y el espejo respondió con una risa… parecida a un gemido contenido.