Capitulo 11: Cuando la Casa Susurra

La casa, en su silencio, respiraba. Era una respiración lenta, profunda, como la que uno hace en la penumbra de un sueño pesado, cuando todo parece estar suspendido en el tiempo. Aquel sonido, tan tenue como el susurro de las hojas movidas por el viento, comenzaba a penetrar en cada rincón.

Rei, sentado en la esquina de su cama, pasaba la mano por su rostro, tratando de disipar la fatiga que lo envolvía. Había pasado la noche en vela, intentando aclarar los pensamientos que lo atormentaban desde la llegada a la casa, pero la presión de la atmósfera no se disipaba. A veces, parecía que las paredes lo observaban, que la casa misma esperaba algo de él. Como si estuviera... viva.

Se levantó, caminando hacia la ventana. La luz de la mañana no lograba penetrar completamente, pues las cortinas pesadas estaban cerradas, pero aún así había algo inquietante en el aire. Un frío sutil. Un temblor en el suelo que él apenas podía sentir, pero que sabía estaba ahí.

Al dar un paso más, algo extraño llamó su atención. Un símbolo. O más bien, una marca que no estaba allí la noche anterior.

En el suelo, frente a la puerta de su habitación, había una marca reciente, tan fresca que parecía palpitante, como si la casa misma lo hubiera dibujado con sudor o sangre. Un círculo en el centro, con una espiral invertida que lo atravesaba, rodeado por cuatro líneas quebradas, como si alguien hubiera intentado romper algo que no podía ser roto.

Rei se agachó lentamente, el corazón acelerado. No sabía por qué, pero esa marca le parecía... familiares. Como si la hubiera visto antes, pero en algún lugar lejano, remoto, en su propia memoria olvidada. Algo en su interior le decía que no debía tocarla, pero lo hizo de todos modos. Su dedo rozó la superficie de la marca, y un estremecimiento recorrió su columna vertebral. Estaba caliente, aún como si lo reciente de su creación la mantuviera viva.

La casa, entonces, suspiró. Un sonido bajo, como una queja, como si todo en su interior hubiera comenzado a vibrar en respuesta. Las luces de la lámpara sobre la mesita de noche parpadearon, y las sombras en las esquinas de la habitación parecieron alargarse, como si estuvieran tomando forma.

Rei se levantó de golpe, su respiración se aceleró. El símbolo ya no era solo un dibujo. Era algo más... algo que lo estaba llamando. Sin pensarlo, caminó hacia el pasillo, con el sonido de sus pasos resonando vacíos, como si la casa se estuviera abriendo ante él, invitándolo a algo oscuro, algo siniestro.

Al llegar a la cocina, encontró a Noah, que lo observaba con una expresión que no pudo leer completamente. El ambiente estaba diferente. Noah estaba sentado en una silla, leyendo un libro, pero algo en su postura mostraba una ligera tensión. Sus ojos se posaron sobre Rei, observándolo como si hubiera notado algo extraño.

—Rei, ¿estás bien? —preguntó Noah, dejando el libro sobre la mesa, levantándose con rapidez.

Rei tragó saliva y asintió, aunque las palabras se sentían atrapadas en su garganta.

—Sí, es solo... —Rei dudó—, es solo que esta casa me está afectando más de lo que pensaba.

Noah frunció el ceño, acercándose lentamente, como si el aire entre ellos hubiera cambiado, cargado con algo inexplicable. Rei intentó sonreír, pero sus labios se sentían secos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Noah, la preocupación en su voz creciente. La forma en que le tocó el brazo, suave pero firme, lo hizo sentir vulnerable, pero no en una forma que quisiera rechazar.

Rei miró al suelo, las manos sudando. Sabía que debía decir algo, pero las palabras le fallaban. El susurro de la casa era cada vez más fuerte, más presente. En algún rincón oscuro, algo lo estaba observando, esperando.

Entonces, algo extraño sucedió. Un crujido resonó desde las paredes, y la luz de la lámpara parpadeó una vez más. Rei giró rápidamente, buscando la fuente, pero nada parecía fuera de lugar. Aun así, el malestar en su pecho creció. Algo estaba sucediendo, y no podía ignorarlo.

—Noah... —susurró, casi temeroso de lo que diría—. Creo que la casa me está... llamando.

Noah lo miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de inquietud y confusión, pero también algo más... preocupación.

—No quiero que te enfrentes a esto solo —respondió Noah, apretando su brazo con más fuerza, ahora casi desesperado—. No quiero que te pase nada.

Rei lo miró y vio el miedo en sus ojos. Ese miedo no era por la casa, sino por él, por Rei. Esa era la única certeza que tenía en ese momento, y la sensación de ser comprendido, aunque fuera un poco, lo llenó de una extraña calidez.

Pero, antes de que pudiera decir algo más, un nuevo crujido retumbó, más fuerte esta vez, seguido de un susurro lejano, como si las paredes mismas hablaran en un idioma antiguo.

Rei cerró los ojos brevemente, la presión en su pecho aumentando. El símbolo en su mente seguía palpitando, como una llamada que no podía ignorar. El frío volvió a recorrer la casa, y fue entonces cuando una puerta en la pared del pasillo comenzó a abrirse lentamente, como si nunca hubiera estado cerrada, revelando un pasillo oscuro y estrecho.

La casa susurraba, y Rei sabía que ya no podía escapar.