Capítulo 12: La Sombra en el Umbral

El pasillo se alargaba ante ellos, oscuro y silencioso, más allá de lo que los ojos de Rei podían ver. La puerta había comenzado a abrirse lentamente, como si estuviera invitándolos a entrar, pero la sensación de que algo no estaba bien era palpable. Era como si la casa, en su incomprensible perversión, estuviera dando un paso más hacia la manifestación de algo mucho más antiguo y maligno.

Noah tomó el brazo de Rei con fuerza, pero su toque no ofreció consuelo. En su rostro se reflejaba una mezcla de incertidumbre y miedo que Rei nunca había visto en él antes. Era claro que Noah no estaba preparado para lo que estaba ocurriendo, y más aún, que la casa misma había comenzado a moldear su realidad, envolviéndolos a ambos en su opresión.

—Rei… —la voz de Noah tembló, como si estuviera luchando con sus propios pensamientos—. No podemos entrar allí. ¿Qué es eso?

Rei no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en la puerta entreabierta, observando cómo el aire a su alrededor comenzaba a cambiar, más espeso, más pesado, como si algo estuviera tomando forma detrás de las sombras.

El símbolo en su mente seguía latiendo. Aunque sus dedos ya no tocaban la marca en el suelo, su esencia lo seguía, envolviéndolo, como si las paredes mismas estuvieran deseando que se acercara. Y aunque en su interior algo le decía que no debía ir, había una parte de él, oscura y ansiosa, que lo llamaba a atravesar ese umbral.

—Noah… —susurró Rei, girando hacia él, con la voz cargada de un cansancio profundo, de una confusión que solo él podía comprender—. Algo está pasando aquí. Algo que no puedo controlar.

Noah lo miró fijamente, sus ojos buscando algo de claridad en la tormenta interna de Rei. Podía ver que su compañero luchaba, que la casa lo estaba empujando a algo que él no quería comprender. Pero también podía sentir la desesperación, el miedo, la necesidad de escapar de esa influencia, de no ser absorbidos por la oscuridad de la casa.

—Entonces no lo hagas —respondió Noah, apretando su mano contra la suya, con una firmeza que solo alguien verdaderamente preocupado podría tener—. No vayas. Estamos juntos en esto.

Rei sintió un nudo en el estómago. El miedo de Noah lo tocaba, pero había algo más, algo que lo empujaba hacia adelante, hacia el pasillo oscuro y hacia la puerta que se abría con esa lentitud casi inquietante.

Antes de que pudiera responder, un sonido bajo retumbó en el piso. La casa, como una serpiente herida, comenzó a crujir, las vigas de madera suspendidas sobre ellos temblaron como si la estructura misma estuviera viva. La temperatura descendió de golpe, y Rei sintió cómo su respiración se volvía espesa, como si la atmósfera lo estuviera oprimiendo.

La puerta se cerró de golpe, pero no con el sonido sordo de una puerta que se cierra normalmente, sino con un crujido metálico, como si algo se hubiera atorado en las bisagras.

La luz parpadeó, y luego todo quedó en oscuridad.

Rei no pudo evitarlo. Sintió cómo su cuerpo reaccionaba antes que su mente, avanzando un paso, luego otro, hacia la sombra que lo llamaba. Cada paso en el pasillo era más lento, más pesado. Podía sentir la presencia de algo detrás de él, aunque no lo veía, algo que se arrastraba en los bordes de su conciencia, acechando.

Noah, por otro lado, no lo siguió. Se quedó atrás, atrapado en el umbral, mirando con horror cómo Rei avanzaba hacia lo desconocido. En sus ojos, había un dolor evidente, pero también una resolución. No podía dejar que Rei se enfrentara a esto solo, pero tampoco podía empujarlo. No quería empujarlo hacia la oscuridad.

—¡Rei, detente! —gritó, aunque su voz se quebró con la presión del aire en la habitación—. ¡No entres!

Pero Rei no lo escuchó. Su mente estaba en blanco, atrapada por la presencia de algo mucho más antiguo que él mismo. Algo dentro de la casa lo tiraba hacia adelante, más allá de cualquier voluntad.

Al dar un paso más, Rei llegó a la entrada de un cuarto oscuro, que nunca antes había notado. La puerta, cerrada por completo, no parecía haber existido hasta ese momento. Pero allí estaba, frente a él, una entrada sellada como si no hubiera sido nunca antes parte de la casa.

La luz vaciló una vez más, y cuando Rei la alcanzó, la puerta se abrió lentamente, con un sonido gutural, como si fuera la boca de un animal que exhalaba un suspiro profundo.

Un olor a humedad y tierra penetró en su nariz. La habitación estaba vacía, pero las sombras se movían, como si no estuvieran dispuestas a quedarse quietas.

De repente, una voz surgió, un susurro suave que hizo que el cuerpo de Rei se tensara. La voz no venía de ningún ser humano.

Ven a mí, Rei. Ven. Tu alma me pertenece.

El eco de esas palabras atravesó su mente, llenándola de una sensación de terror y deseo. Ershem, la entidad corrupta de su linaje, estaba despertando. Y la casa, con cada piedra, cada grieta, se estaba uniendo a esa voluntad.

Rei extendió la mano hacia la oscuridad, y en su corazón sabía que lo que viniera después cambiaría todo, irrevocablemente.