Noah no había podido dormir.
Desde que Rei desapareció esa noche y volvió con esa marca encendida en el pecho —como un corazón ajeno latiendo bajo la piel—, la casa había cambiado. Se sentía más despierta. Más… pendiente.
Cada paso que daban parecía resonar demasiado, cada susurro en los pasillos parecía responder a sus pensamientos. Y Rei… Rei ya no era el mismo.
Estaba sentado en el marco de una de las ventanas cerradas, la mirada perdida en un punto entre la lluvia y el cielo sin luna. Noah lo observó desde el otro extremo del pasillo, envuelto en silencio, como si acercarse demasiado pudiera romper algo frágil.
Pero ya se había roto.
—Rei —dijo suavemente, avanzando—. No te he visto dormir desde que volviste.
Rei no respondió. Su perfil, tan afilado y melancólico, parecía esculpido en sombra. La luz tenue no alcanzaba a reflejar sus ojos, pero Noah sabía que estaban abiertos. Observando. Resistiendo.
—No puedo —murmuró Rei finalmente—. La casa… me muestra cosas cuando cierro los ojos.
Noah se detuvo junto a él. El silencio se estiró, solo interrumpido por el golpeteo monótono de la lluvia. Luego, sin decir nada más, se sentó a su lado.
—No tienes que cargarlo solo.
Rei giró la cabeza, lentamente. Había un cansancio profundo en su rostro, pero también una especie de luz, tenue, como una vela que se niega a apagarse.
—Te lo advertí, Noah. Estoy… diferente.
—¿Porque ahora llevas una marca? —preguntó él, sin apartar la mirada—. ¿Porque Ershem te habla desde las paredes? No me importa. Yo también cambié desde que entramos a este lugar.
Rei sonrió con amargura.
—No lo entiendes. Esto no es solo una marca. Es una llave. La casa me reconoce. Me obedece, a veces. Y otras… otras siento que soy yo quien obedece.
—¿Qué viste? —preguntó Noah en voz baja.
Rei vaciló.
—A mí mismo… como si fuera otro. Vi las decisiones de mis antepasados. La traición. El linaje roto. Alguien vendió la herencia a un extraño, y con ella, se vendió la esencia de la casa. Ershem fue el precio. Un espíritu nacido de rencor y castigo. Y yo… soy la única forma de que tome forma completa otra vez.
Noah tragó saliva.
—¿Quieres que lo haga?
Rei negó con la cabeza.
—Quiero detenerlo. Pero para hacerlo… tengo que dejar que entre más. Tengo que entenderlo. Y eso me está cambiando.
Una pausa.
—A veces siento que mis pensamientos ya no son solo míos.
Noah tomó su mano.
Fue un gesto simple, pero cargado de algo más fuerte que cualquier palabra. El calor. La presencia. La verdad de estar ahí.
—Entonces haré que los recuerdes —susurró—. Si te pierdes, te traeré de vuelta. Una y otra vez, si hace falta.
Rei cerró los ojos. Por un momento, se permitió apoyarse en su hombro. Como si el peso del mundo fuera más llevadero en ese gesto.
Pero la paz duró poco.
Un crujido resonó en el piso superior. Algo más que madera. Algo vivo. Un sonido gutural, húmedo. Como si la casa hubiese respirado hondo por primera vez en siglos.
Rei se incorporó de golpe.
—Nos encontró.
—¿Qué cosa?
—Ershem. O lo que sea que está usando ahora para manifestarse. Está tomando forma. No solo en mí.
Ambos corrieron por el pasillo. Al fondo, la pintura antigua de la familia fundadora se había desprendido de la pared, revelando algo detrás: un espejo que no reflejaba. En lugar de ellos, mostraba una sala distinta. Más antigua. Más roja.
Una figura estaba de pie allí.
Alta. Con un rostro que comenzaba a parecerse demasiado al de Rei.
Y en su frente… el mismo símbolo.