Capítulo 15: La sombra que sonríe

El espejo seguía allí.

Inmóvil. Hueco. Como una puerta que no termina de cerrarse… ni de abrirse.

Y la figura detrás, idéntica a Rei, continuaba observándolos con una sonrisa sin labios.

Noah tragó saliva mientras Rei daba un paso al frente, la mano extendida, como si quisiera tocar su reflejo. Pero no era él quien lo miraba. Lo sabía. Esa figura… lo sentía desde dentro.

—No lo hagas —murmuró Noah, con el corazón acelerado.

Rei se detuvo. Pero no por miedo. Había algo en sus ojos, una chispa inquietante: reconocimiento.

—Noah… esto no es un reflejo. Es un umbral.

—¿A dónde lleva?

—No es un "dónde". Es un "cuándo". O quizás un "quién". Es lo que podría ser… si lo dejo entrar completamente.

La figura del otro lado inclinó la cabeza, copiando su gesto. Luego, levantó lentamente su mano. En su palma… un símbolo idéntico al que ardía en el pecho de Rei.

Y sonrió.

No fue una sonrisa humana. Fue como si el aire mismo se doblara en esa expresión.

La sombra ya tenía un rostro.

De pronto, el espejo se agrietó.

Primero un chasquido, luego una telaraña de fisuras se expandió por su superficie. Pero no se rompió. No cayó. Simplemente… se transformó. Ahora ya no reflejaba nada. Solo mostraba la sombra con más claridad.

—Quiere salir —dijo Rei, dando un paso atrás.

—¿Qué hacemos?

Rei se volvió hacia él. Sus pupilas se habían estrechado. Por un instante, Noah sintió que no estaba mirando a Rei, sino a algo más. Pero entonces, el joven cerró los ojos, respiró hondo y murmuró:

—Lo enfrentamos.

Esa noche, la casa crujió más que nunca.

Las paredes lloraban humedad, y cada rincón parecía temblar como si respirara bajo presión. Las habitaciones que conocían habían cambiado de lugar. Los relojes iban hacia atrás. Y en el techo del salón principal, colgaba un nuevo símbolo: el mismo del pecho de Rei… dibujado en hollín.

Noah y Rei sabían que esa noche no dormirían.

Sabían que algo cruzaría al otro lado.

Estaban en la biblioteca cuando sucedió.

Los libros comenzaron a caer por sí solos. Uno a uno, como si una mano invisible los arrancara de las estanterías. Luego, el suelo vibró. Y entre las sombras de la sala, una figura emergió… no del espejo, sino del aire mismo.

Era él.

El otro Rei.

Ershem… con forma humana. O casi.

—Así que este es el recipiente que eligió la casa —dijo, con una voz que parecía hecha de susurros y gritos lejanos—. El heredero. El traidor. El redentor. Todo en uno.

Rei se puso frente a Noah.

—No tendrás lo que quieres.

—Ya lo tengo —respondió Ershem, dando un paso adelante—. Estoy aquí. No gracias a ti, sino por ti.

Noah quiso avanzar, pero Rei lo detuvo.

—No, déjame a mí.

Se miraron.

—No me pierdas —susurró Noah, y Rei asintió.

El enfrentamiento fue silencioso al principio. Ershem no atacó físicamente. Jugaba con las emociones. Con la memoria. Mostró imágenes: Rei de niño, encerrado en la vieja habitación del ala este, hablando con voces que nadie más oía. Rei, solo. Aislado. Elegido.

—¿Ves? —susurró Ershem, acercándose más—. Yo estuve contigo siempre. La soledad te preparó para mí. La rabia te abrió. Tu deseo de redención… es mi puerta.

—Ya no estoy solo —respondió Rei, con voz firme.

Y giró la cabeza.

Noah estaba allí.

Solo con verlo, con sentirlo, el símbolo en su pecho ardió… pero no por Ershem.

Ardió por algo más fuerte: la elección.

Y Rei eligió.

Con un grito, puso su mano sobre su propio pecho, canalizando la energía del vínculo con la casa y con Noah. La marca brilló como fuego contenido, y cuando lo liberó, el aire tembló.

Ershem gritó. No como una criatura herida, sino como una sombra que se rasga.

Fue expulsado. No destruido.

Pero ahora tenía forma.

Y por eso, podía ser luchado.

Horas más tarde, Noah encontró a Rei derrumbado en la biblioteca, agotado pero consciente. Lo abrazó, sin decir nada. Solo sintiendo el calor y el alivio.

—Te quedaste —murmuró Rei, sin fuerzas—. Gracias.

—No me iré —susurró Noah.

Y en ese silencio íntimo, donde solo el crepitar de la casa daba testimonio, Rei dejó caer la cabeza sobre su hombro.

Había guerra por delante.

Pero esa noche, al menos, no había perdido.