Capítulo 19: El corazón de la casa

La madrugada había tejido un silencio denso sobre la casa.

No era el tipo de silencio que se agradece; era el que se percibe como una respiración contenida, como si las paredes esperaran algo.

O a alguien.

Rei despertó sobresaltado, empapado en sudor.

No por una pesadilla, sino por una sensación.

No sabría decir cómo lo sabía, pero algo lo llamaba.

Se levantó sin encender la luz. Caminó descalzo por el pasillo, guiado por un zumbido apenas audible, como un murmullo tejido entre las vigas.

El aire se volvía más espeso conforme descendía por las escaleras.

Como si la casa respirara junto a él.

El salón este estaba cubierto de polvo y sombras.

Pero al cruzarlo, sintió que algo se abría.

Una puerta que nunca había visto.

No estaba allí el día anterior.

No estaba allí… nunca.

Y sin embargo, no lo dudó.

Entró.

El aire dentro era más tibio. No había luces, pero algo brillaba al fondo: una especie de esfera suspendida en el aire, latiendo como un corazón.

Rei se acercó.

El latido se aceleraba conforme se acercaba, sincronizándose con su propio pecho.

Y cuando extendió la mano… la esfera se deshizo en humo y lo rodeó por completo.

Cayó de rodillas. No por dolor. Por vértigo.

Imágenes lo golpearon desde dentro.

Él, de niño, corriendo por los pasillos con alguien detrás.

Una mujer de rostro borroso —¿su madre?— acariciando su cabello mientras cantaba algo en un idioma que ya no recordaba.

Sangre sobre los escalones.

Luz filtrándose desde el techo roto.

Una voz grave que decía: “Tú eras el elegido. Tú eras el corazón.”

Abrió los ojos.

Estaba solo en la habitación.

O casi.

Frente a él, una silueta emergía de las sombras. Alta, esbelta, sin rostro. Hecha de la misma oscuridad que se acumulaba en las esquinas del techo desde hacía semanas.

La figura no hablaba, pero su presencia era abrumadora.

Ambigua.

Ni hostil.

Ni benigna.

Solo inevitable.

—¿Qué eres? —susurró Rei.

La figura alzó una mano. Tocó su frente.

Y entonces, lo sintió todo:

el odio de la casa hacia quienes la olvidaron,

el dolor del linaje que fue traicionado,

la promesa de poder que aún ardía en sus cimientos.

Y el vínculo.

El lazo entre él y la casa.

Rei cayó hacia atrás.

Respiraba agitado.

Las paredes latían con él.

Cuando salió de esa habitación —que ya no estaba cuando volteó a mirar—, no sabía si había sido real o un sueño.

Pero algo en su piel estaba distinto.

Tenía tierra en las uñas.

Y una línea rojiza en el pecho, como si algo hubiera intentado dibujarle un símbolo sobre el corazón.

Al día siguiente, Yuki lo observó en silencio mientras Rei pasaba junto a él.

—¿Estás bien? —preguntó, como siempre.

Rei sonrió, pero su mirada era distinta.

Como si supiera algo que Yuki no.

Como si ahora, la casa viviera más dentro de él…

… que él dentro de la casa.