Capítulo 20: “Lo que no debía ver"

Yuki despertó antes del amanecer, como solía hacer cuando la ansiedad no le permitía dormir del todo.

El viento soplaba con fuerza, y la casa crujía como si sus huesos se quejaran.

Salió de su cuarto con la intención de buscar un té caliente en la cocina. Al pasar por el pasillo del ala este, notó una luz tenue filtrándose por debajo de la puerta del baño.

Nada extraño…

Excepto que esa puerta no había estado allí el día anterior.

Frunció el ceño. Dio un paso.

Y la luz se apagó.

—¿Rei?

Silencio.

Abrió lentamente. La habitación estaba vacía.

El espejo estaba cubierto de vapor, aunque el agua no corría.

Y sobre el lavamanos, algo que lo hizo detenerse.

Un cuenco de cerámica antigua, lleno de agua turbia…

y dentro, flotando, una flor marchita.

La misma flor que él había dejado en el jardín en memoria de su madre hacía dos días.

Sintió un escalofrío.

Salió del cuarto, pero antes de alejarse, vio algo más:

una marca en el marco de la puerta. Un dibujo pequeño, casi oculto bajo el barniz antiguo. Un símbolo en espiral, grabado en la madera con precisión… y sangre seca.

Volvió a su cuarto sin decir nada.

Pero no durmió.

Esa tarde, vio a Rei bajar por las escaleras, distraído, el cabello algo revuelto y la mirada lejana.

Yuki no lo había visto tan ausente desde el primer mes en la casa.

Cuando Rei pasó junto a él, notó algo más:

un vendaje improvisado en su pecho, bajo la camisa abierta.

—¿Te lastimaste? —preguntó, fingiendo ligereza.

—¿Eh? No… solo una tontería. Me rasgué con una viga vieja mientras exploraba.

Reímos un poco… nada grave.

Mentía.

La forma en que evitaba su mirada, el modo en que sus dedos temblaban ligeramente al ajustar el vendaje…

Yuki conocía a Rei lo suficiente como para saberlo.

—¿Volviste a soñar?

—¿Mm?

—Con la casa.

Rei se detuvo en seco. Luego sonrió.

Pero no era una sonrisa cálida. Era vacía. Pulida.

—No. No más de lo normal.

Yuki sintió que algo se le encogía en el pecho.

Esa noche, volvió al lugar donde había visto el símbolo.

Lo talló con cuidado, sin romperlo. Se lo llevó a su habitación y comenzó a buscar.

No tardó en encontrar referencias en los cuadernos viejos del archivo de la casa.

Símbolos similares se usaban en rituales de anclaje: marcas que sellaban un “pacto silencioso” entre la casa y el huésped.

Solo que este símbolo era más profundo.

Era una marca de absorción.

De fusión.

De pertenencia.

Yuki sintió un frío correrle por la columna.

La casa no estaba tomando a Rei como huésped.

Lo estaba reclamando como parte suya.

La siguiente mañana, al ver a Rei desayunando en silencio, más pálido, más ausente, más... extraño, algo se rompió dentro de Yuki.

Lo amaba.

Y por eso, no podía quedarse callado mucho más.

Pero tampoco podía enfrentarlo aún.

No sin más pruebas.

No sin saber hasta dónde la casa lo había absorbido.

Así que se sentó frente a él.

Y en lugar de preguntar, solo dijo:

—Estoy aquí… si algún día querés contarme lo que pasa.

Rei alzó la vista. Lo miró por unos segundos.

Y algo en su mirada brilló.

Por un instante, fue el mismo Rei de antes.

—Lo sé —susurró.

Yuki no supo si eso era una promesa… o una despedida.