El pasillo estaba envuelto en una penumbra espesa, cargado de un silencio que no era natural. Noah se detuvo frente a una ventana cubierta de polvo, con la respiración contenida, como si algo dentro de él le impidiera seguir caminando. Desde hacía días, su pecho se sentía extraño, como si un peso invisible se aferrara a sus costillas. Todo había cambiado desde que Yuki se volvió más distante, desde que Rei comenzó a evitarle la mirada... desde que la casa parecía más viva.
No podía explicarlo con lógica, pero una inquietud lo empujaba. Como si un hilo invisible lo arrastrara a través de los pasillos, lo condujo hacia la biblioteca. No era un lugar que solía frecuentar. Las paredes estaban revestidas de libros antiguos que exudaban olor a humedad y secretos, y un escritorio que parecía olvidado por el tiempo dormía en una esquina oscura, cubierto por una sábana amarillenta.
Noah se acercó con el corazón acelerado. Algo en ese mueble lo llamaba, una vibración en su pecho que no podía ignorar. Retiró la tela con lentitud, revelando la superficie agrietada de madera. Pasó la mano por encima, quitando el polvo, hasta que sus dedos se detuvieron en un pequeño grabado tallado: un cuervo de alas abiertas, con un ojo pintado de rojo. No lo había visto antes. O tal vez sí.
Tragando saliva, abrió el cajón principal. Vacío.
Instintivamente, golpeó el fondo del cajón. Sonó hueco. Palpó los bordes, empujó un extremo... y el doble fondo se deslizó con un leve clic. Allí, cuidadosamente doblada y atada con un cordón carmesí deshilachado, había una carta.
Sus dedos temblaban cuando la tomó. El papel estaba amarillento, pero no quebradizo. No tenía destinatario. Solo una fecha escrita en la parte superior: "Octubre, año 19--" —lo último ilegible, como borrado a propósito.
La abrió despacio, y lo primero que lo golpeó fue la caligrafía.
Casi era la de Rei. Fluida, elegante… pero con una rigidez que parecía forzada. Cada trazo hablaba de desesperación contenida. Y sin embargo, no era suya. No podía serlo.
Leyó en voz baja, casi sin querer:
"A quien haya despertado a la Casa: perdón."
"No fue mi intención manchar el legado, pero no podía continuar el ciclo. El sacrificio se repite. Uno lleva la esencia, otro guarda la llave. Yo quise romperlo. Y fui castigado."
"Si lees esto, entonces el ciclo continúa. Y Rei... él aún no lo recuerda todo."
"No confíes en las sombras que susurran tu nombre por la noche. No confíes ni siquiera en tu reflejo. El precio por abrir la verdad es olvidar lo que amas."
"Y lo que ama... también puede volverse contra él."
Noah sintió un nudo apretarse en su estómago.
El papel tembló entre sus manos. Las palabras le ardían en la mente, como si hubiesen sido escritas para él, como si quien las escribió supiera que él estaría allí, en ese preciso instante.
Cerró los ojos, pero el peso de las frases lo atravesó. ¿"Rei aún no lo recuerda todo"? ¿Qué ciclo? ¿Sacrificio? ¿Esencia?
Con manos temblorosas, bajó la vista hacia la firma al final de la carta.
Una sola palabra. Un nombre.
Aion.
Sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Aion. Lo había oído antes, susurrado por Yuki en sueños, o tal vez lo había leído en un viejo tomo. No lo sabía. Pero ese nombre le apretaba el pecho con una fuerza extraña, como si lo conociera desde antes de llegar a la casa.
Levantó la vista, de repente consciente del silencio absoluto a su alrededor.
Y entonces, lo oyó.
Un susurro.
Delgado como el roce del viento, pero demasiado definido. Venía de algún rincón de la habitación, o de todas partes a la vez. No decía palabras claras, pero era... una voz.
Una voz familiar.
Se giró bruscamente, pero no había nadie. Las sombras seguían siendo solo sombras, el polvo suspendido en el aire, quieto.
—¿Rei? —dijo Noah en voz baja, aunque sabía que no era él.
El susurro cesó.
La carta pesaba ahora más que una simple hoja de papel. La apretó contra su pecho, como si eso pudiera protegerlo.
Un pensamiento cruzó su mente, crudo y urgente: tenía que mostrársela a Yuki.
Pero algo se lo impidió.
Una parte de él... no confiaba. No del todo. Yuki había cambiado. Rei había cambiado. La casa los estaba tocando a todos.
Respiró hondo y guardó la carta en el bolsillo interior de su chaqueta. Salió de la biblioteca sin mirar atrás, pero sintiendo la mirada de algo —o alguien— seguirlo en silencio desde lo alto de las estanterías, desde el rincón más oscuro.
Al cerrar la puerta, el grabado del cuervo en el escritorio pareció brillar levemente. O tal vez solo fue su imaginación.
Pero en el silencio que lo envolvía mientras se alejaba por el pasillo, aún podía oír el eco de aquella voz.
Y por primera vez desde que llegó, Noah entendió que el peligro no era solo la casa... sino lo que cada uno de ellos llevaba dentro.