Capítulo35: “Ecos en Silencio”

La noche había caído sobre la casa como un manto pesado, y a pesar de las luces encendidas en algunas habitaciones, el lugar parecía más oscuro que nunca. Noah permanecía en el estudio, sentado frente al escritorio antiguo donde había hallado la carta. La tenía oculta entre los pliegues de su diario personal, escrita con una tinta que parecía haber absorbido parte del tiempo mismo.

Aion.

Ese nombre se le había incrustado en la mente como una espina. No lo había mencionado a Yuki ni a Rei. No podía, al menos no todavía. Había algo en esa carta —algo que no solo hablaba de secretos pasados, sino que parecía mirarlo a través del papel.

Noah deslizó los dedos por la madera del escritorio, sintiendo la textura irregular como si la superficie respirara. Hacía frío, pero no el tipo de frío que viene del clima; era un vacío seco, que se aferraba a la piel.

Una corriente de aire le erizó la nuca.

Giró lentamente la cabeza. Nada. Pero podía jurar que había sentido algo moverse tras él. Un murmullo sutil, apenas perceptible. No eran palabras, no aún. Más bien, una vibración, como el susurro de alguien que aún no se atrevía a hablar en voz alta.

Guardó la carta de nuevo y salió del estudio, cerrando la puerta con cuidado. En el pasillo, las luces parpadeaban con insistencia, y un zumbido sordo acompañaba el crujido de la madera. Noah avanzó con pasos cautelosos, sintiéndose observado, aunque no había nadie a la vista.

Pasó junto a un espejo antiguo. De reojo, creyó ver una figura tras él: un hombre alto, con cabello largo, parcialmente desdibujado, como si la casa lo recordara y lo negara al mismo tiempo.

Se detuvo en seco. Volvió la mirada hacia el espejo, pero solo se encontró a sí mismo. Sus ojos reflejaban algo extraño… no miedo, exactamente, sino una ansiedad que no le pertenecía del todo.

—No estás solo —susurró una voz a su espalda.

Noah giró de golpe, el corazón martillando en su pecho.

El pasillo estaba vacío.

De pronto, sintió que la casa se encogía. Los muros parecían inclinarse, curvándose levemente hacia él. El suelo crujió bajo sus pies con un gemido prolongado. No había corrientes de aire esta vez, ni movimiento. Pero el susurro volvió, más cerca, más íntimo.

—La verdad duerme... hasta que alguien la llama.

Era la misma voz que había escuchado en su sueño días antes, cuando Rei sangraba en una habitación sin ventanas.

Apresuró el paso y entró a su dormitorio, cerrando la puerta tras él. El aire estaba espeso, y la lámpara de su mesa de noche temblaba con cada parpadeo eléctrico. Noah se sentó en la cama, el pecho aún agitado, y sacó la carta de entre su diario.

“Aion.”

“El último guardián. El traidor. El padre del eco.”

¿Quién era realmente? ¿Por qué su nombre parecía grabado en los huesos de la casa? Más aún, ¿por qué esa carta estaba dirigida a alguien como él?

—¿Qué quieres de mí? —susurró, más para sí mismo que para cualquier entidad.

No obtuvo respuesta. Solo el silencio, denso como brea, que se aferraba a cada rincón.

Esa noche no durmió.

Se mantuvo despierto, con la carta sobre el pecho y la puerta cerrada con llave. Escuchó pasos sin dueño, risas ahogadas detrás de los muros, y una melodía débil como un susurro de cuna al otro lado del pasillo.

Por la mañana, intentó actuar con normalidad. Se cruzó con Yuki en la cocina, quien lo observó de reojo.

—Pareces cansado —murmuró, mientras vertía agua en la tetera—. ¿Tuviste pesadillas?

Noah titubeó.

—No… solo una noche larga.

Yuki no respondió de inmediato, pero sus ojos lo escrutaron con más atención de la que Noah quería. Había sospecha allí. Una incomodidad flotando entre ambos.

El resto del día lo dedicó a revisar rincones olvidados de la casa. Lo hacía en silencio, evitando atraer la atención de los demás. En el desván, encontró un retrato cubierto por una tela gris. Lo retiró con cuidado. Era una pintura antigua, desvaída, de una familia reunida frente a la casa.

Uno de los rostros le pareció familiar. No por lo evidente, sino por la atmósfera que lo rodeaba. El hombre al fondo, apenas visible entre las sombras, lo miraba con los mismos ojos que había visto en el espejo. Ojos que sabían demasiado.

—Aion… —susurró Noah.

Una corriente helada le rozó la espalda.

Cerró los ojos por un instante.

Y escuchó la misma frase que lo había atormentado durante la noche:

—La verdad duerme… hasta que alguien la llama.

Noah apretó la carta contra su pecho.

Sabía que no podía contárselo a nadie. No todavía.

Tenía que entender primero qué papel jugaba en todo esto. Por qué la casa le hablaba. Por qué la carta lo había elegido a él.

Y por qué ese nombre, Aion, parecía estar tatuado en su alma.