Capítulo 36: “Susurros tras la puerta”

El amanecer se filtraba apenas por las ventanas altas de la mansión, bañado en un gris azulado que no traía consuelo. Noah no había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos, sentía que alguien lo observaba desde la oscuridad del cuarto, y la carta... la carta seguía quemando un hueco invisible en el bolsillo de su chaqueta.

No la había mostrado a nadie. Ni siquiera a Yuki, aunque él comenzaba a sospechar que algo andaba mal. Noah no podía arriesgarse a hablar. La firma al final de la carta —“Aion”— seguía clavada en su memoria como una espina. Y mientras más intentaba ignorarla, más sentía su presencia alrededor.

Bajó las escaleras sin hacer ruido, evitando los peldaños que crujían. Necesitaba regresar al escritorio donde la había encontrado. No sabía por qué. Quizás esperaba encontrar otra pista. O quizás solo deseaba asegurarse de que todo había sido real. La casa, en su silencio, parecía respirar con él. Cada paso que daba era acompañado por un leve susurro que no lograba entender, como voces hablando tras las paredes.

Al llegar al estudio, se detuvo un momento frente a la puerta cerrada. Apoyó la palma contra la madera. Estaba tibia. Como si alguien estuviera del otro lado. Pero al abrirla, no había nada. Solo el escritorio, los estantes repletos de libros y el reloj de péndulo que no funcionaba desde hacía semanas.

Cerró la puerta tras de sí y se acercó al escritorio. Abrió el cajón de donde había sacado la carta, pero estaba vacío. Tocó el fondo con los dedos, buscando alguna doble pared, algún compartimento oculto. Nada.

—¿Qué esperabas? —murmuró para sí, rascándose la nuca.

Entonces el reloj de péndulo se activó con un clang. Noah se giró bruscamente. El péndulo oscilaba, lento, con un sonido metálico hueco que llenaba la habitación. Pero no eran las campanadas lo que lo heló, sino el reflejo que vio en el vidrio del reloj: una figura borrosa, de ojos blancos, de pie justo detrás de él.

Se giró con violencia, pero el cuarto estaba vacío. El péndulo seguía oscilando. Noah retrocedió hasta el escritorio y apoyó ambas manos sobre la superficie para recuperar el aliento. El susurro volvió, más claro esta vez. Era una voz infantil que murmuraba su nombre.

—Noah...

La habitación giró. Por un instante, no estaba allí. Veía las mismas paredes, pero estaban cubiertas de una sustancia negra, como hollín seco. El escritorio estaba destrozado, las ventanas tapadas con madera clavada desde dentro. El aire olía a moho y ceniza.

Y luego, otra vez, la normalidad.

Respiró con dificultad. No podía seguir ignorándolo. Algo en esta casa estaba alterando la realidad misma. O su mente. Apretó la carta arrugada en el bolsillo. Decidió no abrirla de nuevo. No por ahora. Pero sabía que Aion no era solo un nombre. Era una advertencia.

Al salir del estudio, se encontró con Yuki al pie de la escalera.

—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó, tratando de sonar tranquilo.

Yuki lo miró con atención. Llevaba días investigando el pasado de Rei, y su expresión era una mezcla de cansancio y desconfianza.

—Te vi entrar al estudio —dijo en voz baja—. ¿Qué encontraste?

Noah negó con la cabeza.

—Nada. Solo... necesitaba estar solo un momento.

Yuki entrecerró los ojos. No parecía creerle del todo, pero no insistió.

—Cuidado con ese cuarto —añadió—. Rei solía pasar horas ahí antes de cambiar. Algo en ese lugar lo... alteraba.

Noah no respondió. Ambos sabían que Rei había estado comportándose de forma extraña, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Al subir las escaleras de regreso a su habitación, sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Como si alguien lo observara desde la planta baja.

Ya en su cuarto, cerró la puerta con seguro y sacó la carta otra vez. La luz de la lámpara era tenue, pero suficiente para leer las primeras líneas:

"Si encuentras esto, significa que ella aún duerme, y que la casa no ha olvidado. Mi nombre fue borrado, pero entre estas paredes, aún me llaman Aion. No confíes en lo que ves. No confíes en lo que escuchas. La sangre es la llave."

Se detuvo allí. El papel crujió entre sus dedos. Algo le decía que leer más podría ser peligroso. Pero ya era tarde. Aion había entrado en su vida.

Dejó la carta bajo su almohada y se recostó. Cerró los ojos, y en el silencio, oyó una respiración que no era la suya.

—Noah...

Abrió los ojos de golpe.

Una sombra se deslizaba por el techo, lenta, como un líquido espeso. No tenía forma definida, pero parecía moverse con intención. Noah no se atrevió a moverse. Ni a parpadear.

La sombra se detuvo justo encima de él. Y susurró:

—La sangre es la llave...

Y desapareció.