Las escaleras crujían con cada paso. La madera vieja no se quejaba por el peso, sino por la memoria. Yuki sostenía la linterna con fuerza, mientras Rei descendía delante de él, guiado por una sensación más que por certeza. La casa no susurraba esta vez. Observaba en silencio.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Yuki por tercera vez.
—No —respondió Rei sin detenerse—. Pero no tengo otra opción.
Debajo del altar, tras remover piedras, tierra y raíces marchitas, había una trampilla oculta, de hierro oxidado. No tenía cerradura visible. Solo un símbolo marcado en su centro: el mismo que Yuki había visto en el diario.
Rei posó su mano sobre el símbolo. Un latido sordo se escuchó.
La trampilla cedió.
Un pasadizo angosto se abrió ante ellos, forrado de piedra húmeda. Descendía en espiral, como si cavara hacia el corazón mismo de la casa. El aire era más espeso. Olía a tierra vieja y metal.
—¿Esto siempre estuvo aquí? —susurró Yuki.
Rei asintió.
—No lo recordaba. Pero ahora sé que sí.
Al final del túnel, encontraron una cámara circular. En el centro, sobre un pedestal de roca negra, descansaba un ataúd. No era de madera. Estaba hecho de una sustancia extraña: parecía hueso, pero brillaba levemente con tonos iridiscentes. Como si estuviera vivo.
—¿Es esto…?
—El origen —murmuró Rei, acercándose—. El núcleo de todo.
Símbolos cubrían el ataúd. Algunos iguales a los que Yuki había visto en el diario, otros más antiguos, imposibles de comprender. Al acercarse, una brisa gélida los envolvió. El aire se volvió denso.
—No está vacío —dijo Yuki.
Rei lo sabía. Lo sentía. Dentro, algo dormía. O tal vez esperaba.
—Este es el cuerpo original. Lo encerraron aquí. Lo sellaron… pero nunca lo destruyeron.
Yuki notó que Rei temblaba. Sus ojos se humedecieron.
—¿Quién es…?
Rei posó una mano sobre la superficie del ataúd. Su voz fue apenas un hilo:
—Mi antepasado. El que vendió la casa. El que traicionó a los nuestros. Él fue el recipiente inicial… y su esencia quedó aquí.
El ataúd vibró levemente.
Yuki retrocedió, alarmado.
—¿Está despertando?
—No… se está comunicando —dijo Rei.
Una voz antigua, grave, como piedras rozándose bajo el agua, comenzó a llenar la cámara. No venía del ataúd. Venía de sus mentes. De su sangre.
"No puedes negarme, heredero. Somos uno. Naciste con mi sello. Y tu caída será mi resurrección."
Rei cayó de rodillas. Sus manos sangraban donde habían tocado el ataúd.
Yuki corrió a su lado, sujetándolo.
—¡Rei!
Pero los ojos del joven brillaban con una luz oscura.
—No dejaré… que regreses —gruñó entre dientes.
El ataúd respondió con una sacudida más intensa. Un sonido sordo retumbó. Grietas comenzaron a formarse en el pedestal.
—¡Tenemos que irnos! —gritó Yuki— ¡Ahora!
Rei asintió con esfuerzo. Se alejaron mientras la cámara comenzaba a crujir. Piedras caían. El aire temblaba.
Cuando cerraron la trampilla detrás de ellos, la casa entera pareció exhalar… o rugir.
Yuki, jadeando, observó a Rei con terror y ternura.
—¿Qué fue eso… realmente?
Rei no respondió. Miraba sus manos ensangrentadas, temblando. La marca en su piel ardía de nuevo, pero ahora… tenía otra forma. Un círculo roto.
—La prisión está cediendo —susurró—. Y no queda mucho tiempo.
La casa, en su silencio, parecía estar conteniendo la respiración antes de gritar de nuevo.