La casa estaba en silencio.
Un silencio extraño, denso, que parecía tragarse incluso el sonido de la respiración. La estructura seguía en pie, pero algo en ella había cambiado. Las paredes ya no exhalaban humedad, los muros no temblaban con respiraciones invisibles, y las sombras se replegaban sin voluntad.
En el centro del antiguo altar, Rei yacía inconsciente. Su cuerpo temblaba levemente, como si aún combatiera algo en sus sueños. Yuki no se movía de su lado. Las manos firmes sobre su pecho, como si con el calor de su palma pudiera sostenerlo en esta realidad.
El símbolo en la piel de Rei seguía ardiendo con un rojo opaco, como un rescoldo que se negaba a extinguirse. Ya no brillaba como antes. Ya no susurraba. Pero estaba allí. Una marca imborrable.
Yuki le limpió la frente con un trapo húmedo y tembloroso. Luego, por primera vez en días, permitió que el silencio hablara. Y le habló con culpa.
—¿Qué has hecho por mí? ¿Cuántas veces te lanzaste al abismo solo para que yo no cayera?
Recordó los días en que conoció a Rei, altivo, distante, pero herido. No se parecía en nada al muchacho frágil y tembloroso que ahora tenía ante él, con el cuerpo cubierto de cicatrices visibles e invisibles.
Horas después, Rei abrió los ojos.
—¿Dónde…? —murmuró.
—Conmigo. Y a salvo.
Rei intentó incorporarse, pero su cuerpo se negó.
—No debiste dejarme hacerlo solo —dijo con una sonrisa rota.
—Y tú no debiste intentar salvarnos a todos a costa tuya. Pero aquí estamos.
El silencio entre ambos fue más íntimo que nunca.
La casa no rugía. No respondía. Solo los observaba.
Los días siguientes pasaron en una calma tensa. Rei recuperaba lentamente el habla, la fuerza, el equilibrio. Pero había algo distinto en él. A veces sus ojos parecían reflejar ecos de otra cosa, como si dentro de sí hubiera un espejo que aún mostraba el alma de la casa.
—¿Sientes que sigue en ti? —le preguntó Yuki una noche, mientras compartían una vela encendida y una manta vieja.
Rei asintió sin mirarlo.
—No me habla. Pero me recuerda que está allí. No como antes… ahora parece... dormir.
Yuki tragó saliva.
—¿Y si despierta?
—Entonces lo volveré a enfrentar. Pero esta vez… no estaré solo.
Yuki sonrió, y colocó su cabeza en el hombro de Rei.
—Nunca más.
En la última noche antes de abandonar el altar, Yuki despertó sobresaltado. Rei no estaba. Lo encontró frente al altar, observando la piedra negra con una mirada vacía.
—¿Rei?
Este no respondió. Sus labios se movían en silencio. Pero no estaba hablando… estaba escuchando.
Yuki lo sujetó del brazo.
—¡Rei!
Rei parpadeó y lo miró. Estaba empapado en sudor, pero lúcido.
—Lo soñé. El origen… aún no lo hemos alcanzado.
Yuki frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Rei lo miró con algo parecido al miedo.
—No vino de aquí. Vino de algo más profundo. Algo enterrado bajo la casa.
La calma, pensó Yuki, había sido solo el principio del siguiente umbral.
El verdadero núcleo aún esperaba, oculto bajo capas de tiempo y dolor. Y para enfrentarlo, tendrían que descender aún más.
Juntos.