El día siguiente amaneció con una calma que rozaba lo irreal. Los rayos de sol se filtraban por las ventanas como si la casa hubiese olvidado cómo rechazar la luz. Pero el silencio no era una señal de victoria, sino una pausa, una respiración profunda antes de lo inevitable.
Yuki se despertó junto a Rei, aún dormido, con el cuerpo enredado en las sábanas y una expresión de profunda fatiga. La liberación del símbolo había drenado sus fuerzas. No había fiebre, pero su piel conservaba una frialdad inusual, como si algo de él todavía estuviera anclado en otro lugar.
Descendió las escaleras y se detuvo frente a uno de los espejos del pasillo. Por primera vez en semanas, su reflejo no se deformaba. No había sombras al acecho. Aun así, la sensación de estar siendo observado persistía. Como si la casa, muda y expectante, estuviera conteniendo algo.
En la cocina, Noah esperaba. Le bastó una mirada para notar el agotamiento en Yuki.
—¿Qué pasó anoche? Escuché voces... luego silencio. Uno que no suena a alivio.
—Rei rompió el vínculo. O lo intentó. Usamos un ritual que hallé en uno de los libros antiguos. El símbolo se disolvió... pero eso no significa que Ershem haya desaparecido por completo.
Noah frunció el ceño.
—¿Y Rei? ¿Cómo está?
—Respira. Está aquí. Pero aún... no lo siento del todo. Como si algo de él no hubiera regresado del todo.
El día transcurrió entre movimientos lentos. Rei despertó por la tarde, sus ojos ya no cargaban aquella doble sombra, pero había en ellos una opacidad distinta. Aceptaba el agua y respondía a susurros, pero no hablaba. Se sentaba junto a la ventana y miraba hacia los bosques, como si esperara algo.
Yuki no lo dejaba solo. Cada vez que lo tocaba, el otro temblaba ligeramente, aunque no se alejaba. El vínculo entre ambos seguía ahí, tenue, sostenido por los hilos invisibles del afecto y la memoria. Pero algo más se había instalado en ese espacio: la culpa, o quizá el miedo.
Esa noche, mientras dormían, Yuki soñó con una habitación sin puertas. Dentro de ella, Rei estaba de pie frente a un espejo que no reflejaba nada. Cuando lo llamaba, Rei no giraba. Pero su reflejo, al otro lado, sonreía con la boca llena de sombras.
Despertó empapado en sudor.
Al día siguiente, los primeros cambios físicos aparecieron. La piel de Rei presentaba marcas difusas, como manchas de tinta bajo la epidermis. Parecían moverse, sutiles, como si formas antiguas buscaran emerger. Yuki las cubría con vendas, fingiendo normalidad. Pero en su interior, el temor crecía.
Noah intentaba animarlos con café, bromas forzadas y una rutina establecida, pero todos sabían que algo se gestaba bajo la aparente quietud. Y una noche, Rei habló. Solo una frase:
—No lo vencí. Solo lo dormí… dentro de mí.
El silencio que siguió fue absoluto. Yuki sostuvo su mano. No prometió que todo estaría bien. Pero decidió que, cuando el eco de Ershem despertara otra vez, no estaría solo para enfrentarlo.
Las consecuencias de haber roto la atadura habían comenzado a manifestarse.
Y la casa… había empezado a recordar lo que era antes del Rey.
Afuera, los cuervos no volaban. Solo observaban, quietos, como testigos del próximo capítulo que apenas comenzaba.