Capítulo 25: Fragmentos del Ayer

La mañana llegó cubierta de una neblina espesa. Yuki despertó antes que Rei, notando que el cuerpo del otro aún buscaba refugio en su cercanía. Había una calma en su rostro dormido, pero bajo sus párpados cerrados, algo temblaba. Un recuerdo, quizás. Algo que no los dejaba del todo.

Al salir de la habitación, Yuki se dirigió al pasillo sur. Un impulso lo llevó hacia el viejo estudio donde encontró el diario semanas atrás. Pero esta vez no lo buscaba. Esta vez, lo sintió.

Un susurro de papel. Un cambio en la temperatura. Y, de pronto, una visión.

La estancia tembló, y sus ojos no vieron el presente, sino el pasado:

Un niño —Rei, más joven, más pequeño— caminaba descalzo por la casa. No era del todo humano; sus ojos ya guardaban ese brillo antinatural. Se detenía frente a un espejo antiguo, donde una figura oscura lo imitaba, pero no al mismo ritmo. Una sombra con la forma de Ershem, aún latente, aún incompleta.

—¿Qué eres? —susurró el niño.

—Soy lo que fuiste creado para ser —respondió la figura.

El niño lloraba en silencio. Nadie en la casa parecía escucharlo. Solo la sombra. Solo esa presencia que no se alejaba, que lo acariciaba como si fuera su reflejo. Como si ya viviera en él.

Yuki cayó de rodillas, jadeando. La visión se disipó como humo, pero el sabor del miedo aún le llenaba la boca. Entendía ahora. La conexión de Rei con la casa venía de mucho antes de lo que cualquiera había imaginado. Era una simbiosis que no nació de la voluntad, sino del abandono.

Cuando volvió a la habitación, Rei estaba despierto. Lo miró con esos ojos grises, profundamente humanos, pero con algo más latiendo debajo.

—¿Viste algo? —preguntó Rei, sin rodeos.

Yuki asintió.

—Eras solo un niño… y ya estabas atrapado.

Rei apartó la mirada. El silencio entre ellos se volvió pesado. Pero no frío.

—No lo recuerdo todo —dijo con dificultad—. Pero esa parte… nunca se fue.

Yuki se sentó a su lado, tomándole la mano.

—No eras malo. Solo eras un niño solo… y alguien —o algo— se aprovechó de eso.

Rei no lloró, pero se permitió cerrar los ojos. Y por primera vez, no luchó contra el recuerdo. Lo dejó venir. Porque ahora no estaba solo para enfrentarlo.

Afuera, la neblina seguía danzando. Pero dentro de la habitación, la claridad de la memoria comenzaba a ser una forma de redención.

Yuki no lo soltaría. No ahora.

Porque los ecos del pasado no se vencen en soledad. Se resisten, juntos.