Capítulo 27: La Respuesta de la Casa

La noche era espesa, como si la casa misma contuviera el aliento. El vínculo renovado entre Yuki y Rei había perturbado algo, removido una raíz profunda en las entrañas de los muros.

Mientras dormían, la casa se movía.

Pequeños detalles al principio: las luces parpadeaban sin causa, los cuadros parecían colgar en ángulos sutilmente diferentes, y en los espejos se reflejaban cosas que no estaban en la habitación.

Noah fue el primero en notarlo. Caminaba por el pasillo que conectaba el ala este con la biblioteca cuando el suelo crujió, no bajo sus pies, sino detrás de él. Se volvió. Nada. Pero al mirar al frente otra vez, el pasillo se había alargado. La puerta que buscaba estaba más lejos.

Corrió. Y mientras lo hacía, escuchó la risa de un niño. Esa risa malformada por el eco, como una burla lejana. Cuando finalmente llegó a la biblioteca, jadeando, cerró la puerta tras de sí. Todo estaba en orden… excepto por el símbolo tallado en la pared junto a la chimenea: una espiral abierta, casi orgánica, como si la madera la hubiese vomitado.

A la mañana siguiente, Noah no dijo nada. Pero cuando vio a Rei bajar las escaleras con ojeras profundas y una expresión ausente, supo que él también lo había sentido.

Yuki se les unió poco después. Había despertado con marcas rojas en las muñecas, como si alguien le hubiese sujetado en sueños. Se las ocultó con una camisa larga, pero Rei las notó y su gesto se endureció.

—No fue un sueño —dijo Rei con voz baja.

—¿Qué viste? —preguntó Yuki.

—No vi. Escuché. La casa susurra otra vez. Está respondiendo.

Esa tarde decidieron investigar. Yuki propuso ir al sótano, un lugar que casi nunca exploraban. Noah, aunque escéptico, aceptó. Si la casa estaba viva, necesitaban entender sus cambios.

El descenso fue lento. Las escaleras, empinadas y húmedas, parecían no terminar nunca. Pero al llegar, descubrieron algo nuevo: una puerta que nunca antes había estado allí. Era negra, con bisagras oxidadas y sin pomo. Grabada en el centro, una versión más intrincada del símbolo espiral.

—No abramos esto —susurró Noah.

—La casa quiere que lo hagamos —dijo Rei—. Nos está provocando. Pero también está advirtiendo.

—¿De qué?

—De lo que aún duerme.

El silencio se volvió espeso.

Yuki se acercó, extendiendo una mano hacia la madera. No la tocó. Pero al estar cerca, una visión breve le atravesó la mente: una figura encapuchada arrastrando un cuerpo, los muros temblando, sangre mezclada con raíces negras…

Retrocedió con un jadeo. Rei lo sostuvo.

—Está despertando —murmuró Yuki—. Algo que no es solo la casa… sino lo que fue sellado con ella.

Subieron en silencio. Dejaron la puerta cerrada.

Esa noche, mientras todos dormían, la espiral de la puerta comenzó a brillar con un tenue resplandor rojizo. Algo había escuchado. Algo que no olvidaría.

Y en el centro de la casa, bajo los cimientos, algo abrió los ojos por primera vez en años.

La casa no solo susurraba ya. Empezaba a hablar.