Capítulo 28: El Umbral Prohibido

La espiral en la puerta ya no era solo un símbolo. Era un ojo. Una herida. Un llamado. Y al día siguiente, ninguno de los tres podía ignorarlo más.

Yuki fue el primero en despertar con el nombre de su madre gritado en su oído. Al abrir los ojos, estaba solo, pero el eco de aquella voz —muerta hacía años— flotaba en el cuarto. Noah halló su habitación cubierta de una neblina espesa, imposible de explicar. Y Rei…

Rei no hablaba. No desde que vio lo que había bajo el suelo de su habitación: raíces oscuras emergiendo del parqué, pulsando como venas.

El sótano los esperaba.

Descendieron sin hablar. Cada escalón era más frío que el anterior. La puerta negra seguía allí. Pero ahora, tenía un pomo: uno hecho de carne reseca, como un corazón convertido en metal.

—¿Es… parte de alguien? —murmuró Noah, apartando la vista.

—No lo toquen —advirtió Rei—. Si lo hacemos, debemos estar listos para no volver.

Pero la casa ya no quería advertencias. Solo respuestas.

La puerta se abrió sola.

Un crujido lento, como huesos rompiéndose en cámara lenta. Un hedor antiguo se derramó en la escalera, y un pasillo se reveló más allá. Estaba tallado en piedra húmeda, con símbolos que parecían moverse si se les miraba fijamente. A cada paso, los susurros se intensificaban.

Entraron. La luz era roja, sin fuente visible. Las sombras jugaban con sus formas, alargándolas, torciéndolas. Yuki creyó ver a su madre parada al final del pasillo. Corrió. Pero cuando llegó, la figura se disolvió… y dejó algo en sus manos.

Cabello. El mismo tono que su madre.

—Esto es una ilusión —murmuró, temblando—. No puede ser real.

—Todo lo que la casa muestra… es parte de lo que fue —dijo Rei con voz quebrada—. Parte de mí.

Llegaron a una sala circular. En su centro, un altar de piedra cubierto de velos negros. Alrededor, murales tallados con una brutalidad ritual: sacrificios, posesiones, coronaciones sangrientas. En uno, una figura similar a Rei llevaba una corona de espinas negras.

—Este eras tú —dijo Noah en un susurro.

—No del todo —respondió Rei—. Ese… era el primero. Aquel cuya sangre dio origen a la casa. Aion.

Una figura emergió de la sombra. No tenía rostro. Solo una máscara tallada con el símbolo espiral. No caminaba, se deslizaba.

Yuki retrocedió, pero la figura levantó una mano. Al hacerlo, el altar se iluminó. En su centro, un espejo.

—¿Un portal? —preguntó Noah.

—Un juicio —respondió Rei.

Yuki se acercó al espejo. Al mirarlo, no vio su reflejo. Vio una versión de sí mismo gritando dentro de la casa, solo, enloquecido, atrapado. Luego, la imagen cambió: Rei arrodillado, llorando sangre, suplicando a algo invisible.

El espejo estalló.

Gritaron. Se cubrieron. Cuando el polvo se asentó, la figura había desaparecido. Pero en el altar, ahora había una nota escrita con sangre:

“Ya no es tuya. Ella nos pertenece.”

La casa había reclamado algo. O a alguien.

Al salir del pasillo, el pomo desapareció. La puerta volvió a ser solo pared.

Pero desde entonces, Yuki no ha podido dormir sin escuchar el llanto de un niño detrás de los muros. Y Rei… siente que algo lo sigue en cada habitación. Algo que conoce su nombre verdadero. Y lo susurra con amor.

Y odio.