Rei ya no dormía.
Los ojos, rojos en las esquinas, reflejaban algo más que insomnio: reflejaban a la casa. Y a lo que crecía en su interior.
Desde la visita al umbral prohibido, la casa parecía menos casa y más organismo. Las paredes respiraban con lentitud. El suelo latía como bajo un pulso invisible. Y Rei… comenzaba a perder la diferencia entre sus pensamientos y los de ella.
Al despertar, encontraba palabras escritas en el vapor del espejo: símbolos antiguos, familiares solo en el alma. Sus manos temblaban, manchadas de tierra que no recordaba haber tocado. Una vez, se descubrió arañando la pared del baño con las uñas hasta sangrar, intentando "abrir la salida".
Yuki lo notó.
—¿Rei? Estás sangrando.
—Me caí… solo fue una pesadilla —murmuró Rei, sin poder sostenerle la mirada.
Yuki lo siguió por días. Lo vigiló, con discreción, mientras la casa parecía guiar a Rei por corredores que no existían para los demás. Una noche, lo encontró parado frente al espejo de la biblioteca, murmurando palabras en una lengua muerta. El reflejo no se movía como él.
—¿A quién ves? —preguntó Yuki, conteniendo el miedo.
Rei se volvió con lentitud. Sus ojos no eran del todo suyos.
—A mí… antes de ser yo. A lo que fui cuando era rey aquí.
Yuki se le acercó. Lo tocó, apenas. Rei se estremeció como si volviera a su cuerpo.
—Tienes que luchar —susurró Yuki—. No dejes que te absorba otra vez.
Esa noche, Rei decidió encerrarse en su cuarto. Rodeó su cama con sal. Quemó las páginas del diario más antiguo. Y, con voz quebrada, rezó a una abuela que ya no podía oírlo.
La casa se rió.
Los símbolos reaparecieron bajo su piel, como venas oscuras. Su espalda dolía como si algo quisiera brotar desde adentro. Gritó. Cayó al suelo. Una visión lo atrapó:
Un trono hecho de huesos. Él, coronado, rodeado de cuerpos suplicantes. Y frente a él… Yuki. Llorando. A punto de ser ofrecido.
Despertó jadeando, empapado en sudor. La sal había sido borrada del suelo. En la pared, con una tinta que parecía palpitante, un mensaje:
"Deja de resistirte. La corona te pertenece."
Rei rompió el espejo. Gritó el nombre de Yuki. Y la casa respondió con un crujido en sus cimientos.
En algún rincón, Aion sonrió.
Los muros se cerraban. La frontera entre la casa y Rei se debilitaba. Pronto, ya no habría diferencia.
Y solo uno de ellos sobreviviría al vínculo.
Yuki, afuera de la puerta cerrada, escuchaba los gritos.
Y ya no sabía si el que gritaba… era realmente Rei.