Yuki no podía dormir.
Desde la noche anterior, cada grito de Rei lo perseguía como un eco impregnado de angustia. No era solo dolor físico… era algo más profundo, más quebrado. Yuki lo sabía: Rei se estaba desmoronando.
No lo dejaría solo.
A la mañana siguiente, mientras los demás intentaban ignorar el frío anormal que había invadido los pasillos, Yuki descendió al sótano. Su intuición lo guiaba, pero también el vínculo que había formado con Rei. Lo sentía: el lugar donde lo estaban consumiendo debía estar más allá de lo visible.
En una esquina olvidada del sótano, Yuki encontró una puerta que nunca antes había visto. Vieja, con grabados borrosos en forma de espirales que parecían moverse bajo la luz tenue. Tocó la madera y sintió un calor extraño, pulsante, como si la casa lo invitara a pasar.
Entró.
Más allá, un pasillo estrecho lo condujo a un cuarto sin ventanas, donde una figura encorvada murmuraba frases en una lengua gutural. Era Rei, sentado en posición fetal, cubierto de sudor, con los ojos fijos en algo invisible frente a él.
—Rei…
El nombre pareció atravesarlo como un dardo. Sus ojos brillaron por un momento, pero no respondió. Su cuerpo temblaba, y cada tanto pronunciaba palabras como "corona", "sangre" y "reconquista".
—Tienes que volver —susurró Yuki, acercándose con lentitud—. No eres lo que fuiste. No eres ese monstruo.
Rei levantó la vista. Por un instante, sus rasgos se deformaron: había sombras flotando detrás de él, susurrándole al oído. Una de ellas se giró hacia Yuki, y por primera vez, Yuki sintió un miedo que no era suyo: era el miedo de Rei, multiplicado, proyectado, tan intenso que casi lo derribó.
—Me está ganando —murmuró Rei—. Ella… la casa… me recuerda lo que fui. Me hace desearlo.
Yuki se arrodilló frente a él, tomó su rostro entre las manos, ignorando el frío antinatural que los envolvía.
—No eres ese rey. Eres el hombre que se liberó. El que buscó redimirse. Y no pienso perderte ahora.
Rei lo miró fijamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Y entonces, las sombras a su alrededor chillaron, como si el amor las quemara. Una fuerza invisible arrojó a Yuki contra la pared, pero él se levantó con dificultad.
—¡Rei! ¡Lucha! ¡Soy real! ¡Yo estoy aquí!
El suelo tembló. Grietas se abrieron. El símbolo en la espalda de Rei brilló con fuerza, como si respondiera al llamado de algo antiguo. Y, por primera vez en días, Rei gritó su propio nombre.
El cuarto explotó en un estallido de luz negra y roja.
Yuki sintió que caía. Un torbellino de visiones lo envolvió: Rei coronado, Rei llorando, Rei sangrando mientras la casa lo arrastraba hacia su centro. Y, en todas ellas, él estaba presente. A veces, como víctima. Otras, como redentor.
Despertó jadeando. Estaba en el suelo, junto a Rei, que respiraba con dificultad. La habitación parecía normal otra vez, como si el corazón de la casa se hubiese replegado.
Rei abrió los ojos. Sus pupilas eran humanas.
—Gracias —susurró—. Pero no hemos terminado.
Yuki lo ayudó a incorporarse. La casa no los dejaría ir tan fácilmente.
Pero ahora, ambos estaban dispuestos a pelear.
Juntos.