Capítulo 38: Lo que nos oculta la sombra

El pasillo parecía más estrecho tras la discusión. Noah había salido de la habitación como si el aire le pesara, como si la casa misma se cerrara sobre él, aplastándolo con cada paso. Las palabras de Rei todavía resonaban en su cabeza, como un eco sordo que no terminaba de disiparse: “¿Estás buscando algo que no te pertenece?”

Se detuvo junto a la ventana del corredor, su respiración empañando el vidrio. Afuera, la niebla se había espesado, oscureciendo incluso la silueta de los árboles. La figura de Rei no lo había seguido, pero su sombra… su sombra parecía haber quedado prendida a su espalda.

Noah cerró los ojos por un momento, apoyando la frente contra el marco frío de la ventana. Su corazón aún palpitaba con fuerza, no por la confrontación en sí, sino por lo que había leído. Aquella carta no era un simple desahogo de un habitante antiguo. Estaba firmada por alguien que se hacía llamar Aion. Y Rei… Rei había reaccionado como si ese nombre lo persiguiera desde las raíces mismas de la casa.

Algo dentro de él le decía que debía contarle a los demás, pero otra fuerza más fuerte—más primitiva—le pedía silencio. Escucha. Observa. No interrumpas.

Volvió sobre sus pasos, evitando el crujido de los tablones sueltos, y bajó hacia la biblioteca. No había nadie. Ni Yuki, ni Rei. Ni siquiera el leve susurro de páginas pasando. Solo el silencio espeso y expectante. Noah se movió hacia la estantería donde había encontrado la carta escondida. Repasó con los dedos el borde inferior del estante. Nada. Lo volvió a intentar, presionando levemente hacia adentro... Un clic seco. Una tabla se movió apenas.

Un compartimento oculto.

Dentro, encontró un pequeño cuaderno de tapas de cuero y hojas amarillentas por el tiempo. Al abrirlo, su pecho se contrajo. Aquella letra no era la de la carta, pero la firma estaba ahí, otra vez: Aion.

“Estoy encerrado entre estas paredes, pero no soy el único. La casa no duerme. Vigila. Se alimenta. Las generaciones han sellado su destino con sangre, y la herencia que juramos proteger, nos está pudriendo desde adentro.”

Noah tragó saliva. Sintió, por un instante, que alguien estaba detrás de él. Se giró de golpe. Nada. Sólo la penumbra y los libros. Pero entonces, un leve susurro le acarició la nuca:

—No estás solo...

Corrió. Subió las escaleras a trompicones, sin mirar atrás. Cerró la puerta de su habitación de un golpe, apoyando todo su peso contra ella. Respiraba con dificultad. El diario apretado contra su pecho como si pudiera protegerlo. Las luces parpadeaban. El techo crujía.

Y en ese momento, Noah supo que lo que había comenzado como una curiosidad se había transformado en una elección peligrosa.

Al día siguiente, evitó a Rei durante el desayuno. Este tampoco parecía querer hablar, lo cual era aún más alarmante. Rei se mostraba extraño, como si una máscara estuviera aferrada a su rostro. Frío, distante. Pero en sus ojos, cuando por fin se cruzaron brevemente, Noah sintió algo más: miedo. Y dolor.

Esa noche, cuando todos dormían, volvió a abrir el cuaderno bajo la tenue luz de su lámpara. Había páginas rasgadas, anotaciones interrumpidas, como si quien escribía hubiese sido constantemente interrumpido… o perseguido.

Una frase, sin embargo, quedó grabada en su mente: “La sangre llama a la sangre. Y la sombra responde.”

El viento golpeó con fuerza las ventanas. La lámpara titiló. Noah alzó la mirada, y por un segundo, vio una silueta reflejada en el espejo del ropero. Un hombre, alto, vestido con ropajes antiguos, con ojos tan oscuros que parecían devorarlo todo.

La imagen se desvaneció, pero dejó tras de sí una sensación nauseabunda. Noah no podía seguir solo. No más.

Decidió entonces buscar a Yuki.

Lo encontró en el salón de costura, revolviendo una caja vieja. Yuki alzó la vista, sorprendido por la súbita aparición de Noah, y por su expresión—una mezcla de miedo, urgencia y determinación.

—Necesito hablar contigo —dijo Noah, mostrándole el cuaderno—. Esto… no es sólo una casa antigua. Aquí pasó algo. Está pasando.

Yuki tomó el diario con cuidado. Sus dedos temblaron apenas al rozarlo.

—¿Dónde encontraste esto?

—En la biblioteca. Estaba oculto. Hay una carta también, firmada por alguien que se hacía llamar Aion. Y Rei… Rei reaccionó de forma extraña cuando lo mencioné. Como si lo conociera.

Yuki asintió lentamente.

—Yo también he estado investigando. Encontré algo parecido en uno de los cofres del ático. El mismo nombre. Y un símbolo… —sacó un papel doblado de su bolsillo. Era una figura tallada, parecida a un cuervo fusionado con una espiral de raíces. El mismo símbolo que Noah había visto en el borde de la carta.

Ambos se miraron.

—¿Crees que Rei nos ha estado ocultando todo esto?

—Creo que Rei está tan atrapado como nosotros —respondió Noah—. Pero hay algo más. Algo que… que lo está transformando.

—¿Qué tipo de transformación?

Noah guardó silencio. Aún no podía explicarlo. Pero lo que antes era solo una sospecha, ahora se sentía como una certeza sin forma.

Esa misma noche, no pudo dormir. La casa respiraba. Gruñía. Se estremecía.

Alrededor de la medianoche, escuchó pasos. Se levantó y los siguió con cautela. Daban vueltas por el pasillo del ala este. No eran pesados. Eran suaves. Como si los pies no tocaran del todo el suelo.

Los siguió hasta la galería de los retratos. Allí, la figura de Rei estaba frente a un cuadro antiguo. Uno que, Noah estaba seguro, no había estado colgado allí antes.

Era un retrato de familia. Un hombre vestido con ropajes del siglo XIX. El mismo rostro que había visto en el espejo. Y, de pie a su lado… Rei. Más joven. Más pálido. Más triste.

Noah se detuvo en seco.

Rei giró lentamente.

—¿Estás siguiéndome otra vez?

—No —dijo Noah, con voz queda—. Estoy tratando de ayudarte.

La sombra tras Rei se alargó. Se movió, aunque él no lo hizo.

—A veces… ayudar significa desenterrar cosas que deberían quedarse muertas —susurró Rei.

Noah se acercó. Puso una mano sobre su brazo.

—A veces, desenterrar es la única forma de liberar lo que aún vive atrapado.

Por un segundo, Rei pareció quebrarse. Su expresión se suavizó. Los ojos le brillaron con una emoción que Noah no logró descifrar del todo.

Pero antes de que pudiera decir algo más, la luz se extinguió.

Y un nuevo susurro, grave, ronco, inhumano, llenó el salón:

—La sangre despierta la sombra… y ya no hay vuelta atrás.