El amanecer era un borrón lejano tras las cortinas espesas de la vieja biblioteca. La conversación con Rei aún latía en su pecho, como un eco cálido y confuso que no sabía cómo contener. Habían estado tan cerca… tan al borde de algo que ni siquiera él comprendía del todo.
Pero ahora, al observar la habitación vacía, sintió el vacío que Rei había dejado al marcharse. No había querido que se fuera. No después de lo que habían dicho. No después de esa confesión ambigua que temblaba entre amor y desesperación.
Yuki se levantó del sillón tapizado y recorrió la biblioteca en busca de algo que lo conectara de nuevo con Rei, con su pasado, con esa presencia que él solo intuía entre los muros. Sus dedos se detuvieron sobre el lomo desgastado de un libro que no recordaba haber visto antes. Lo sacó con cuidado.
Un cuaderno encuadernado en cuero. Sin título. Sin fecha. Abrió la primera página.
"Para quien aún escuche. Él no duerme. Él no olvida. Él no perdona."
El corazón de Yuki dio un vuelco. Las siguientes páginas estaban escritas con una letra trémula, pero en muchas de ellas aparecía un símbolo, uno que había visto apenas unos días atrás, grabado en la base de la escalera donde Rei había colapsado.
El mismo símbolo que, de niño, había soñado una y otra vez, en una casa que no conocía.
Pasó las hojas con creciente ansiedad. Las entradas hablaban de un joven llamado Aion, de su vínculo con la casa, de su obsesión con preservar una sangre “pura”, de rituales, de sacrificios.
Yuki tragó saliva.
—Aion… —susurró, recordando la firma en la carta que Noah encontró.
Los hilos comenzaban a entretejerse. Rei. La casa. Él.
Un ruido detrás lo hizo girar en seco.
Nada.
Solo el silencio.
Pero entonces lo sintió: un cambio sutil en el aire, como si el oxígeno mismo hubiese envejecido. Como si alguien —o algo— estuviera mirándolo. La temperatura descendió bruscamente, haciéndole temblar la piel.
Las palabras del cuaderno parecían arderle en las manos. Cerró el libro de golpe y se volvió hacia la puerta, decidido a buscar a Rei.
Lo encontró en la sala, sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y la mirada perdida en una pintura agrietada.
—Rei…
Él no se movió. Pero su voz rompió el silencio como un cristal.
—¿Lo encontraste, verdad?
Yuki se detuvo. El libro aún temblaba en sus manos.
—¿Qué es ese símbolo, Rei? ¿Por qué lo soñaba incluso antes de venir aquí? ¿Qué significa “pura sangre”?
Rei bajó la mirada. Y, por primera vez, no huyó.
—Es el sello de un pacto. Uno que se hizo mucho antes de que yo naciera. Mucho antes de ti. Un pacto que la casa selló con alguien… con uno de nosotros.
—¿Uno de nosotros?
—Un antepasado mío. Y también tuyo.
Yuki se quedó paralizado. Rei lo miró con una tristeza que le caló hasta los huesos.
—Esa sangre nos une a la casa. A ella y a… él. No solo soy parte de esto, Yuki. Tú también.
El silencio se hizo abismal. Solo el tictac del reloj, distante, marcaba el paso de un tiempo que parecía doblarse.
—¿Por eso me trajo aquí? ¿Por eso me obsesioné contigo?
—No lo sé —susurró Rei—. Pero quiero creer que algo de esto fue nuestro. Que no todo es parte del plan de “él”.
Yuki se acercó. Se arrodilló frente a él.
—No me importa si parte de mí también está marcado. Pero si hay una forma de terminar esto, de romper con ese pacto…
—No será fácil. Ni limpio.
—No importa —replicó Yuki, más cerca—. No pienso dejarte.
Rei respiró hondo. Por un segundo, su expresión se suavizó. Pero entonces, un murmullo —susurrante, cavernoso— pareció emanar desde las paredes.
“El pacto se renueva con el vínculo…”
Ambos se quedaron quietos. La voz no era de Rei. No era humana. Venía de la casa. De sus raíces. De lo que aún dormía debajo.
—¿Lo escuchaste? —susurró Yuki.
Rei asintió con el rostro pálido.
—Sí… y ahora sabe.
—¿Sabe qué?
—Que nos elegimos.