El teléfono de Felix vibró suavemente en su bolsillo, rompiendo el tenso silencio de la noche. Su estómago se contrajo de inmediato. Sacó el dispositivo con manos temblorosas, sintiendo cómo la sangre le abandonaba el rostro al leer el mensaje en pantalla:
"Abre la puerta."
Su corazón se aceleró con fuerza. Lo habían encontrado.
Una oleada de pánico se apoderó de él. Pero no podía permitirse el lujo de entrar en pánico. No con Althea aún cerca y viéndolo. Inspiró hondo y reprimió el temblor de su cuerpo. Sin perder más tiempo, la alzó en brazos junto al pequeño Mian, que dormía enroscado sobre una manta, y se dirigió a paso veloz hacia el sótano.
—Papá, ¿qué pasa? —preguntó Althea con voz temblorosa.
Felix no respondió. Su mente estaba centrada en protegerla. Cada segundo contaba. Descendió los escalones del sótano a toda prisa, sus pasos resonando con fuerza en la oscuridad. Una vez abajo, la bajó con cuidado al suelo, colocándola frente a una sección aparentemente normal de la pared.
—Quédate aquí, Althea —dijo con voz firme, aunque su voz apenas lograba ocultar la urgencia.
Se acercó a una de las paredes y comenzó a palparla con urgencia, como buscando algo oculto entre las grietas.
—Vamos… tiene que estar aquí… —murmuró, mientras sus dedos recorrían la superficie con desesperación.
Finalmente, sus dedos encontraron una hendidura familiar. Un pequeño cuadrado apenas perceptible, encajado entre las grietas. Lo presionó con fuerza, y el mecanismo oculto se activó con un leve clic. Un zumbido bajo y metálico resonó desde dentro de la estructura, y lentamente, una sección de la pared comenzó a deslizarse hacia un lado, revelando un pasaje estrecho, apenas iluminado por débiles luces de emergencia incrustadas en las paredes.
—¿Papá? — susurró la niña, observando la escena con asombro y temor, aferrándose a Mian, que tambien observaba con las orejas caídas, percibiendo la tensión en el ambiente.
Felix se arrodilló frente a ella y tomó sus pequeñas manos entre las suyas.
—Cariño… ¿Recuerdas aquel día que fuimos de picnic con mamá? Había una cabaña de madera, cerca de un arroyo, donde el aire olía a flores secas y sol. ¿Te acuerdas?
Althea asintió, todavía confundida.
—Este túnel lleva al sótano de esa cabaña. Quiero que lo cruces y esperes ahí. La amiga de la que te hablé irá a buscarte ahí.
— ¿Y tú? ¿No vendrás conmigo? —murmuró Althea, la voz quebrada.
Felix sintió su pecho oprimirse, pero debía ser fuerte.
—No puedo, Althea. Primero debo hacer algunas cosas. Pero te alcanzaré pronto, no te preocupes.
Ella lo miró con tristeza.
—Promételo…
Felix tragó saliva. No podía prometer algo que no sabía si podría cumplir. Pero lo haría para que ella pudiese estar tranquila.
—Te lo prometo, mi pequeña.
Felix sacó un pequeño collar de su bolsillo. Era dorado, con un hermoso diamante púrpura colgando en el centro.
—Quiero que lo lleves contigo…
Althea negó con la cabeza suavemente, y con manos firmes colocó a Mian frente a su padre.
—Ponlo en Mian—dijo con voz temblorosa—. Cuando nos volvamos a ver, tú mismo me lo pondrás.
Felix sintió que su corazón se rompía un poco más, pero asintió con una leve sonrisa. Sujetó con cuidado el collar alrededor del cuello de Max y luego se inclinó hacia su hija. Se acercó a su oído y le susurró algo en voz baja.
Althea abrió los ojos con sorpresa, pero no dijo nada. Solo asintió con seriedad.
Felix le dedicó una última mirada llena de cariño y le entregó un teléfono.
—Este celular tiene una única línea habilitada. Cuando llegues a la cabaña, usa este número para llamar a Delma. Ella te encontrará.
Althea lo tomó con manos temblorosas y lo guardó en su bolsillo. El túnel frente a ella parecía más oscuro que nunca, pero también era la única esperanza.
Felix la abrazó con fuerza, como si fuera la última vez. Mian, entre ambos, emitió un pequeño ladrido.
—Ve, Althea. No mires atrás. Sé valiente… y cuídate mucho.
Althea intentó contener las lágrimas y asintió.
—Tú también… —dijo ella, apenas en un susurro.
Althea se soltó lentamente de su padre, con los ojos aún humedecidos, y dio un paso hacia el túnel… luego otro… y, tras una última mirada hacia su padre, su pequeña figura se desvaneció entre las sombras del pasaje oculto.
Felix se quedó inmóvil, solo, mirando el vacío que había dejado atrás. El túnel seguía abierto, silencioso y oscuro, como un recordatorio de la distancia que acababa de surgir entre ellos. Pero ella ya no estaba.
Con el pecho oprimido y la vista nublada por las lágrimas, se incorporó lentamente. Luego, con una mano temblorosa, extendió los dedos hacia el pequeño cuadrado aún hundido en la pared y lo presionó con firmeza. Este descendió lentamente hasta encajar de nuevo en su posición original, fundiéndose con la superficie como si nunca hubiera estado allí. Al instante, la sección móvil de la pared se deslizó de regreso con un leve chasquido, cerrándose por completo y ocultando el pasaje secreto.
El túnel desapareció. Y con él, su hija.
Se quedó en silencio un momento, con la mirada clavada en el suelo.
—Lo siento… —murmuró.
Se limpió las lágrimas con rapidez y respiró hondo. Luego, con el rostro endurecido por la determinación, subió las escaleras y volvió a la sala.
Debía hacer tiempo y asegurarse de que su hija escapara.
Al volver a la sala, escuchó golpes en la puerta. Intentaban forzarla.
Felix cerró los ojos un instante, conteniendo el miedo, y luego se dirigió a abrir.
Cuatro hombres lo esperaban afuera. Tres eran corpulentos, con rostros curtidos, miradas frías y ropas gastadas. El cuarto, sin embargo, vestía un traje perfectamente planchado, el cabello peinado hacia atrás con precisión, y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Felix lo reconoció al instante.
Sin pronunciar palabra, se hizo a un lado para dejarlos entrar. Antes de cerrar la puerta, echó un vistazo rápido a la calle. Había varios infectados tirados en el suelo, abatidos de manera meticulosa. Al parecer, sus inesperadas visitas se habían encargado de ellos en el camino.
El hombre de traje paseó la mirada por el lugar con una mezcla de curiosidad y desprecio.
—Mucho tiempo sin verte, Felix. Aunque debo admitir que habría preferido otro tipo de reunión… quizá con té y panecillos —dijo con una sonrisa torcida, impregnada de ironía.
Felix no reaccionó a la burla.
—Lo mismo digo —respondió con indiferencia.
El visitante se detuvo frente a una repisa y fijó la vista en una fotografía enmarcada: una imagen cálida y sencilla donde Felix, su esposa y la pequeña Althea reían bajo la luz del sol. Tomó el marco entre sus dedos con una lentitud calculada, como si saboreara el momento.
—Vaya… qué conmovedor. ¿Tu familia, verdad?
Felix asintió con un gesto breve.
—¿Y dónde están ahora?
Felix mantuvo el rostro sereno, sin mostrar emoción alguna.
—Ellas ya no están. Hoy era el cumpleaños de mi hija. Mi esposa e hija salieron… pero no lograron volver.
—Qué pena —dijo el hombre, aunque su tono dejaba claro que no sentía ni un gramo de compasión.
Felix lo miró, esta vez con una mirada dura, seca.
—¿A qué viniste?
El hombre de traje dejó la fotografía con cuidado en su sitio y volvió a girarse hacia él con una sonrisa serpenteante.
—No te pongas a la defensiva, Felix. Solo intentaba crear un ambiente más... agradable —se alisó las solapas de su chaqueta con elegancia medida—. Pero está bien, al grano. El jefe quiere saber cómo va lo del pago.
—Aún no tengo nada —respondió Felix con voz baja, pero firme.
—Eso no suena muy alentador —replicó el hombre, cruzándose de brazos—. El tiempo se acaba, y tú sabes que a él no le gusta esperar.
Felix sintió el peso del momento, luchando por mantener el temblor fuera de sus manos.
—Estoy haciendo todo lo posible.
—¿Todo? —El hombre arqueó una ceja con cinismo—. Entonces muéstrame los últimos documentos. Tal vez haya algo útil… algo que nos sirva para "negociar"..
Felix apretó los puños, conteniendo la rabia, pero terminó asintiendo.
—Síganme.
Sin voltear la mirada, Felix los guió a través de la casa y ellos lo siguieron.. Sin embargo, el hombre de traje hizo una leve señal a sus subordinados. Los tres matones asintieron discretamente antes de seguirlos.
Al llegar a la puerta de la oficina y entrar, Felix se giró ligeramente.
—¿Y ellos? ¿Por qué no vienen? —pregunto al hombre de traje.
—Les pedí que esperaran ahi. Esto es algo privado, después de todo —respondió el hombre con una sonrisa calculadora.
Felix observó a los matones por un segundo, pero no dijo nada. Solo empujó la puerta y entró.
—Pasa… —dijo al hombre de traje.
El hombre entro y la puerta se cerró detrás de ellos con un leve clic.