CAPÍTULO 8: Ecos en un Mundo Caído (8)

Sabiendo que no había nadie que pudiera salvarla, Althea dejó de luchar. Se rindió al miedo, al cansancio… al destino. Cerró los ojos con más fuerza, esperando lo inevitable.

En eso, un disparo resonó en el aire.

La niña, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, abrió lentamente los ojos. Frente a ella, el infectado yacía en el suelo, inmóvil, con un agujero en la cabeza.

No estaba sola. Alguien había llegado justo a tiempo, acabando con su atacante… y salvándole la vida.

Antes de que pudiera reaccionar, una voz familiar rompió el silencio:

—¡Althea!

Con los ojos llenos de lágrimas, la pequeña se giró rápidamente. Su mirada se encontró con la de su padre, quien sostenía un arma con firmeza, aún apuntando al infectado caído.

—¡Papá! —sollozó.

Sin dudarlo, se levantó y corrió hacia él. Su padre la recibió con un abrazo fuerte, desesperado, como si temiera perderla en cualquier momento.

—Mi pequeña… —susurró, acariciándole el cabello con una mezcla de alivio y temor.

Se separó apenas un poco y la miró a los ojos con urgencia.

—¿Estás bien? ¿Dónde está tu madre?

La niña bajó la mirada, su labio inferior tembló y apenas pudo pronunciar unas palabras:

—Lo siento… mamá… ella…

No hizo falta que dijera más. Su padre sintió cómo el mundo se le desmoronaba en un instante. Sus ojos se llenaron de rabia y dolor, pero no había tiempo para lamentarse.

Detrás de ellos, más infectados se acercaban, atraídos por el ruido.

Apretando los dientes, el hombre levantó su arma y disparó a varios en la cabeza con precisión. Pero eran demasiados.

—¡Tenemos que irnos! —dijo, cargando a su hija en brazos.

Con el corazón latiendo a toda velocidad, corrió sin mirar atrás devuelta a casa, aferrando a su pequeña con fuerza, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerla a salvo.

Entraron a la casa rápidamente y cerraron la puerta con seguro. El padre se aseguró de que todo estuviera en orden antes de dejar escapar un suspiro tembloroso.

Althea se dejó caer en el sofá de la sala. Su cuerpo aún temblaba, no entendía del todo lo que acababa de pasar, y su corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse de su pecho.

Su padre se sentó a su lado y la abrazó con firmeza, tratando de calmarla.

—Ya pasó, cariño… ya estás a salvo —susurró, aunque en su interior sabía que esa seguridad era efímera.

Althea se aferró a su camisa, con los ojos hinchados de tanto llorar. Su padre notó que su ropa estaba sucia y rasgada.

—Ve a darte un baño y ponte ropa limpia, ¿sí? —le dijo con suavidad.

La niña asintió y, sin decir nada más, se dirigió al baño.

El hombre se quedó solo en la sala, con la respiración pesada. Entonces, su mirada se posó en la fotografía familiar sobre el mueble. En ella, su esposa sonreía con dulzura, con Althea entre sus brazos y él a su lado.

Con manos temblorosas, tomó el marco y lo sostuvo con fuerza.

El dolor lo golpeó de lleno.

No pudo contener más las lágrimas. Su cuerpo se estremeció con cada sollozo, dejando salir todo el sufrimiento que había estado reprimiendo. Su amor, su compañera de vida, ya no estaba.

Se llevó una mano al rostro, tratando de recuperar la compostura. No podía quebrarse ahora. Su hija aún lo necesitaba.

Respiró hondo y secó su rostro con la manga de su camisa. Althea no tardaría en salir del baño, y no quería que lo viera así. Tenía que ser fuerte por ella.

Además, sabía que lo peor aún estaba por venir. Y haría todo lo posible para protegerla.

El padre sacó su celular con manos temblorosas y marcó un número.

Después de unos segundos, la voz de una mujer contestó al otro lado de la línea.

—¿Hola? ¿Delma? —dijo él con voz grave.

—¿Felix?, ¿a qué se debe tu llamada? — preguntó Delma con tono indiferente

Felix tragó saliva.

—Quiero pedirte un favor…

Delma soltó una risa seca.

—¿Favor? No recuerdo que tengamos tanta confianza como para eso.

Felix cerró los ojos por un momento y suspiró.

—No lo hagas como un favor para mí… hazlo por Evelin.

El silencio que siguió fue denso. Al otro lado de la línea, Delma contuvo la respiración.

—¿Qué estás tratando de decir? —preguntó con voz tensa—. No me digas que Evelin está…

—Así es—interrumpió Félix con pesar.

Un silencio profundo se apoderó de la llamada. Delma apretó los labios, aguantando las lágrimas, sin poder pronunciar palabra por varios segundos. Cuando al fin habló, su voz se había quebrado, aunque intentó mantenerla firme.

Finalmente, Delma habló.

—Bien, te escucho. ¿Qué necesitas de mí?

Felix cerró los ojos un momento y tomó aire antes de responder.

—Quiero que protejas a mi hija. Pronto vendrán por mí… y no podré hacerlo.

Delma no respondió enseguida, pero cuando lo hizo, su voz sonaba más seria.

—De acuerdo. Mándame la ubicación del lugar, ahí la alcanzaré y me haré cargo de ella.

Felix dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias…

—No lo hago por ti, Felix —interrumpió ella con frialdad—. Lo hago por Evelin.

El silencio de Felix lo confirmó.

Delma suspiró y agregó en un tono más suave:

—No olvides mandar al cachorro con la pequeña. Ese pequeño animal se convertirá en su única familia.

Felix asintió, aunque sabía que Delma no podía verlo.

—Lo haré.

—Bien.

Sin más que decir, la llamada terminó con un simple "gracias" y un "adiós".

Después de cortar la llamada, Felix subió las escaleras con paso firme, dirigiéndose al cuarto de su hija.

Al entrar, la encontró sentada en la cama, terminando de ponerse las zapatillas. Sus pequeños dedos ajustaban con cuidado las correas cuando, de repente, su voz temblorosa rompió el silencio.

—Estas zapatillas me las regaló mamá por mi cumpleaños…

Su labio inferior comenzó a temblar y, sin poder contenerse más, las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—Papá… quiero que mamá vuelva…

Felix sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a mantenerse fuerte. Se acercó y la abrazó con ternura, acariciándole el cabello.

—Yo también la extraño, pequeña… pero no podemos traerla de vuelta.

La niña sollozó entre sus brazos hasta que sintió un un leve tirón en el borde de su vestido. Althea bajó la mirada y vio a Mian, su pequeño perrito, sentado a su lado. Mian tenía un pelaje largo, esponjoso y despeinado, con una mezcla de colores blanco, marrón y gris oscuro. Su cara, cubierta mayormente de pelo blanco que ocultaba parcialmente sus ojos, mostraba un hocico redondeado con una nariz negra y una pequeña mancha rosada. Sus orejas caídas y peludas se movían ligeramente, y sus patas delanteras, principalmente blancas, descansaban sobre el suelo.

A pesar de su usual expresión juguetona y feliz, ahora Mian la miraba con ojos llenos de preocupación y ternura. Sin hacer ruido, apoyó suavemente una patita sobre su pierna, como intentando consolarla.

Althea parpadeó, sorprendida por el gesto, y esbozó una débil sonrisa. Con una mano temblorosa, acarició la cabeza de Mian, quien de inmediato se acomodó junto a ella, apoyando su pequeño cuerpo contra el suyo.

No hacía falta decir nada. Mian había entendido su tristeza y, con su sola presencia, le ofrecía un consuelo silencioso y lleno de cariño.

Felix aprovechó el momento para hablar con seriedad.

—Althea, no podemos quedarnos aquí. Vamos a ir con una amiga mía. Te quedarás con ella mientras yo resuelvo algunos asuntos importantes.

La niña levantó la mirada de golpe.

—¡No quiero separarme de ti! —protestó, aferrándose a su brazo—. Ya perdí a mamá… no quiero perderte a ti también…

Felix sintió su corazón romperse, pero no podía permitir que se quedara.

—Lo sé, pequeña… pero es lo mejor para ti. Ella te protegerá.

Althea bajó la mirada, renuente, pero al final asintió con pesar.

—¿Puedo llevar a Mian?

Felix forzó una sonrisa y acarició la cabeza del cachorro.

—Por supuesto. Max también vendrá contigo.

La niña pareció calmarse un poco con esa respuesta. Mientras ella preparaba algunas cosas en su pequeña mochila, Felix fue a buscar las llaves del auto. Al regresar, la vio lista junto a la puerta.

—¿Tienes todo lo que necesitas? —preguntó él.

—Sí… —respondió la niña.

Fue entonces cuando notó la pulsera que llevaba en la muñeca.

—¿Dónde conseguiste esa pulsera?

Althea sonrió con dulzura y miró el pequeño accesorio.

—Me la regaló la señorita de la cafetería por mi cumpleaños.

La simple respuesta le trajo a Felix un respiro momentáneo, y padre e hija compartieron una breve charla sobre la cafetería y la amable desconocida que le había dado el obsequio.

Pero la calma duró poco.

Justo cuando Felix se disponía a abrir la puerta y decirle que era hora de irse, el inconfundible sonido de disparos resonó desde el exterior.

Se tensó al instante.

Althea también lo notó y se abrazó a Mian, quien comenzó a gruñir en dirección a la ventana.

Algo… o alguien… se acercaba a la casa.