Dentro de la cafetería, los tres chicos seguían pasmados. El silencio era inquietante, espeso como una nube cargada.
Fue entonces cuando Arika notó algo. El chico de cabello oscuro, sentado a unos metros, miraba su celular cada pocos segundos, como si esperara un mensaje urgente. Había tensión en sus movimientos, una ansiedad contenida. Probablemente esperaba una llamada… de alguien importante.
Aunque al principio no le había caído bien por su actitud arrogante, algo en su expresión la hizo cambiar de opinión. Si su amiga estuviera en una situación parecida, también estaría al borde del colapso.
Con cautela, Arika se acercó y se sentó a su lado.
—Parece que estás esperando una llamada. No dejas de ver tu celular desde hace rato… Esa persona debe ser muy importante para ti —dijo con voz suave.
El chico apretó la mandíbula y desvió la mirada.
—No es asunto tuyo —respondió con frialdad, sin mirarla.
Arika no se inmutó; entendía su frustración.
—Si no quieres hablar, está bien —dijo, poniéndose de pie. Antes de alejarse, le dedicó una última mirada—. Tranquilo, seguro está a salvo. No lo des por perdido todavía.
El chico suspiró. Tras un breve silencio, su voz la detuvo:
—Bien, tú ganas. Pero lo que diga… no lo andes comentando por ahí.
—Por supuesto, no dire ni una palabra —asintió Arika, sonriendo con sinceridad, antes de volver a sentarse.
Por primera vez, la tensión entre ellos pareció relajarse.
—Él trabaja conmigo. En una empresa a unas cuadras de aquí —dijo el chico, recorriendo el lugar con la mirada, como si de repente se sintiera ajeno a todo—. Es mi secretario.
Arika arqueó una ceja, sorprendida.
—¿Tu secretario?
—Sí… pero no es solo eso —murmuró, jugueteando con su celular—. Ha estado a mi lado durante años. Siempre ayudándome, incluso cuando yo no era precisamente fácil de tratar…
Se quedó en silencio, apretando el teléfono con fuerza.
—Es más que un empleado. Lo considero como un hermano… y no sé si volveré a verlo.
Arika percibió el dolor en su voz. Le dio un leve empujón en el brazo, intentando aliviar la tensión, añadiendo.
—Si pudo aguantarte tantos años sin renunciar, seguro es porque es una persona muy persistente y con gran determinación.
—Ey… ¿qué insinúas? ¿estás diciendo que soy insoportable?
—No exactamente… aunque un poco sí —respondió ella con una sonrisa divertida—. Pero si tiene esa determinación, no va a rendirse tan fácil. No lo atraparán sin luchar antes. Estoy segura de que volverán a encontrarse.
Él la miró con fingida indignación.
—Vaya combinación… me insultas y luego me das ánimos. Muy equilibrado.
—Así soy yo —dijo encogiendo los hombros—. Realista, pero con un toque de esperanza.
Él bajo la mirada, aunque ya no parecía molesto. Su expresión se suavizó.
—Definitivamente eres rara.
—Gracias. Me lo dicen seguido.
La observó en silencio unos segundos, como si intentara comprenderla del todo. Finalmente, suspiró con una pequeña sonrisa, cargada de anhelo.
—Ojalá tengas razón… y pueda volver a verlo.
Arika sonrió al notar que su expresión cambio: ya no parecía tan tenso, y en su rostro se dibujaba una leve calma.
—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —preguntó él, alzando una ceja.
—Nada —respondió ella, sonriendo—. Solo que se te ve mejor así. Más calmado.
—Sí, bueno… supongo que ya me siento un poco mejor. Gracias.
—¿Ves? Hasta pareces más guapo cuando no estás tan gruñón y malhumorado —añadió ella con una risita.
Él la miró de reojo, fingiendo molestia para ocultar que se sentía avergonzado por sus palabras..
—No sé de qué hablas… Y si vas a seguir con esos comentarios, será mejor que te vayas.
—Está bien, está bien —dijo ella levantando las manos—. Cierro el pico.
—Bueno… —murmuró él, bajando la mirada, pensativo.
Arika se acomodó en la silla, esperando sin decir nada. El momento tenía una calma inesperada, pero no quería romperla.
—Oye… —dijo él de pronto, con un tono más suave—. No estoy acostumbrado a hablar así con alguien. Con casi nadie, en realidad.
Ella lo miró, curiosa.
—¿Así cómo?
— Tan… abierto. —Se frotó la nuca, algo incómodo—. Siempre estoy a la defensiva. Pero contigo es distinto. Siento que no tengo que fingir.
Arika parpadeó, sorprendida por su franqueza, y luego sonrió.
—Cuando uno está al límite, a veces baja la guardia sin querer. No es raro… es humano.
Él soltó una pequeña risa, como si esa idea le resultara demasiado simple para ser real.
—Tal vez.
El silencio que siguió fue distinto al anterior. No tenso, sino cómodo. Como si ambos necesitaran un momento para procesar lo que estaban compartiendo.
—Si te sirve de consuelo… yo tampoco hablo así con cualquiera—dijo Arika, bajando la mirada—. Pero creo que ahora entiendo mejor por qué estabas tan molesto.
Él la miró un segundo antes de asentir con lentitud.
—Gracias por estar aqui —dijo—. Y por no rendirte con alguien tan… complicado como yo.
Ella le regaló una sonrisa cálida.
—No eres tan complicado. Solo necesitas un poco de práctica.
—¿Práctica?
—Sí. En ser amable. Pero vas bien.
—Genial. Ahora me siento halagado y regañado al mismo tiempo.
—Pfff… lo siento, aunque probablemente sea un poco de las dos—dijo ella, riendo.
Y él, por primera vez en toda la tarde, rió también. Fue una risa breve, sincera… pero real.
El silencio se instaló entre ellos otra vez, pero esta vez no era tenso. Era como una pausa cómoda, una tregua.
El chico suspiró de nuevo, bajando la mirada. Finalmente, dejó el celular sobre la mesa y se frotó las manos, visiblemente incómodo.
—Oye… quería disculparme por cómo te hablé antes —dijo en voz baja—. Fui grosero. No estaba en mi mejor momento, pero eso no lo justifica.
Arika parpadeó, sorprendida. No esperaba una disculpa. Pensó en hacer una broma, como solía hacer, pero optó por algo más sincero.
—Está bien. Yo también quiero disculparme —respondió, recargándose en la silla—. Me dejé llevar… pero es que me dolió lo que dijiste.
Él la observó en silencio, esperando que continuara.
—Para ti, tu secretario es como un hermano. Para mí, mi amiga es como una hermana. Siempre ha estado conmigo… y no soporté que hablaras mal de ella.
El chico asintió lentamente, sus palabras tocándole más de lo que habría admitido en voz alta.
—Lo entiendo… y acepto tu disculpa.
Un nuevo silencio cayó entre ellos, pero esta vez era diferente. No era distancia, sino comprensión. Algo en el ambiente había cambiado.
Arika le sonrió, y él le devolvió una sonrisa leve, sincera.
A partir de ese momento, la tensión entre ellos desapareció. Su relación se volvió más tranquila, casi natural, como si esa breve conversación hubiera derribado una barrera invisible entre ellos.
Entonces, Reize regresó del almacén con una bandeja en las manos. Había ido a buscar algo de comer para todos. Al ver que Arika y el otro chico parecían conversar con más calma, frunció ligeramente el ceño. Antes, la tensión entre ellos era evidente, pero ahora hablaban con naturalidad.
Aunque le resultó extraño, sintió alivio de que el ambiente se hubiera relajado.
Se acercó y dejó la bandeja sobre la mesa.
—Veo que ya se llevan mejor —comentó con una sonrisa—. Eso es un alivio.
Arika asintió y miró al chico a su lado.
—Sí, aunque… —hizo una pausa y luego frunció el ceño—. Aún no sé su nombre.
Reize parpadeó sorprendido y luego rió.
—¿En serio? Bueno, creo que es un buen momento para preguntarlo.
Arika se giró hacia el chico, quien la observaba con una expresión neutral.
—Tiene razón. ¿Cuál es tu nombre?
Él guardó silencio unos segundos antes de responder con voz tranquila:
—Koen.
—Bien, Koen — said Reize, pointing to herself and then to Arika—. I'm Reize, and this is Arika.
—Koen, ¿eh? —Arika esbozó una pequeña sonrisa—. Bueno, supongo que ya nos conocemos un poco.
—Sí… supongo —murmuró él, desviando la mirada.
—Genial, ahora que ya sabemos cómo llamarnos, podemos comer en paz —comentó Reize, entregándoles un sándwich a cada uno.
Con el hambre acumulada, los tres comenzaron a comer en silencio, disfrutando de un momento de tranquilidad en medio del caos.
Después de terminar su sándwich y la bebida, Reize miró a Koen con curiosidad.
—Koen, ¿quieres un postre?
Koen se quedó pensativo por un momento antes de encogerse de hombros.
—Está bien.
Reize asintió y se dirigió al mostrador, regresando poco después con una tarta de manzana. Arika, recordando lo que había pasado esa mañana, dudó por un momento.
—Tal vez prefieras otra cosa… —sugirió con cautela.
Koen la miró y negó con la cabeza.
—No, está bien. Esta vez… quiero probarlo antes de juzgarlo.
Arika levantó las cejas, sorprendida, y luego asintió con una leve sonrisa.
Cuando Koen tomó el primer bocado, su expresión lo delató de inmediato. A pesar de su aparente indiferencia, era evidente que le gustaba.
—Parece que es de tu gusto —comentó Arika con una sonrisa divertida.
Koen se tensó, como si recién se diera cuenta de que su reacción lo había traicionado. Avergonzado, asintió y, evitando mirarla directamente, se puso de pie con torpeza.
—Voy a ayudar a Reize a lavar los platos.
Arika soltó una carcajada.
Mientras terminaban de guardar los platos, una notificación llegó a los celulares de los tres. El sonido simultáneo hizo que intercambiaran miradas de incertidumbre antes de revisar sus pantallas.
El ambiente animado se desvaneció de inmediato al leer el mensaje:
"Este es un mensaje del gobierno nacional. Se pide a todos los ciudadanos permanecer en casa y no salir debido a la propagación de un virus desconocido que ha causado múltiples incidentes en el país. Se recomienda evitar todo contacto con personas infectadas, ya que presentan un comportamiento altamente agresivo. Estamos haciendo todo lo posible para rescatar a los sobrevivientes, pero hasta entonces deben resguardarse y seguir las indicaciones de seguridad."
El silencio se apoderó del lugar.
En otro punto de la ciudad, el esposo de la mujer se encontraba en casa, llamando insistentemente a su esposa. Cada tono de llamada que se desvanecía sin respuesta aumentaba su angustia.
—Vamos… contesta… —murmuró, pasando una mano temblorosa por su rostro.
Pero no hubo respuesta.
Frustrado, revisó su teléfono una vez más y vio el último mensaje que su esposa le había enviado. Algo en su pecho se apretó. No lo pensó dos veces. Se dirigió a su oficina, abrió uno de los cajones del escritorio y sacó el arma que tenía guardada para emergencias. Con determinación, la cargó y salió de la casa.
Justo en ese momento, su celular vibró con una notificación. Al desbloquearlo, leyó el mensaje del gobierno:
"Este es un mensaje del gobierno nacional. Se pide a todos los ciudadanos permanecer en casa y no salir debido a la propagación de un virus desconocido que ha causado múltiples incidentes en el país. Se ha confirmado que la infección se transmite a través de mordeduras de los infectados, quienes presentan un comportamiento altamente agresivo. Eviten todo contacto con ellos. Estamos haciendo todo lo posible para rescatar a los sobrevivientes, pero hasta entonces deben resguardarse y seguir las indicaciones de seguridad."
El miedo lo golpeó de lleno. Pero más que miedo, sintió urgencia.
—No… no puedo quedarme aquí. Tengo que encontrarlas.
Apretó con fuerza el arma y echó a correr.
Mientras tanto, la pequeña seguía corriendo con todas sus fuerzas. Sus piernas dolían, su respiración era errática, pero no se detenía. A lo lejos, pudo ver su casa.
—¡Papá! —gritó con la esperanza de que su padre estuviera ahí, esperándola.
Pero no estaba sola. Esas cosas también iban en la misma dirección.
El terror la paralizó por un segundo, y en ese descuido, tropezó con una piedra. Su cuerpo cayó pesadamente contra el suelo, golpeándose las rodillas y las palmas de las manos.
El dolor la hizo gemir, pero no podía detenerse. Intentó levantarse, pero cuando alzó la vista, vio que una de esas criaturas ya estaba casi encima de ella.
Sus ojos se abrieron con horror. Quería moverse, pero su cuerpo no respondía.
El infectado gruñó y extendió sus manos putrefactas hacia ella.
Desesperada, cerró los ojos con fuerza y cubrió su cabeza con los brazos.
"Por favor… que alguien me ayude."