Sonrisa

La sonrisa se quedó en mi rostro durante un rato, como si fuera una marca de fábrica que no se podía borrar. Me sentí ligero, como si hubiera perdido peso sin darme cuenta. La nota de Damián me había hecho sentir visto, como si alguien hubiera entendido algo que yo mismo no sabía cómo explicar.

Doblé la hoja de papel y la guardé en mi bolsillo, sintiendo el tacto suave del papel contra mi pierna. Me levanté de la silla y me acerqué a la estantería donde Damián había desaparecido minutos antes. Quería encontrarlo, hablar con él, decirle algo que no sabía qué era exactamente.

Mientras caminaba entre las estanterías, mi corazón latía un poco más rápido de lo normal. No sabía qué iba a decirle a Damián, pero sabía que quería hablar con él. Quería saber más sobre él, sobre su forma de ver el mundo, sobre su sonrisa.

Lo encontré sentado en el suelo, rodeado de libros y papeles. Estaba escribiendo en un cuaderno, con la cabeza gacha y el cabello cayendo sobre su frente. Me acerqué en silencio, no queriendo interrumpirlo.

Cuando levantó la vista y me vio, sonrió. Fue una sonrisa pequeña, pero suficiente para hacerme sentir que estaba en el lugar correcto.

—¿Te gustó la nota? —preguntó, cerrando el cuaderno y mirándome con curiosidad.

Asentí, sintiendo que mi rostro se calentaba un poco. No sabía qué decir, pero Damián no parecía esperar una respuesta.

—Me alegra —dijo, levantándose del suelo y sacudiendo los pantalones—. ¿Quieres caminar conmigo?

Asentí de nuevo, y esta vez Damián sonrió más ampliamente. Comenzamos a caminar en silencio, rodeados de libros y papeles, con el sonido de las páginas susurrando en el aire.

No sabía qué iba a pasar, pero sabía que quería estar allí, con Damián, en ese momento. La sensación de incertidumbre era emocionante, como si estuviéramos a punto de descubrir algo nuevo y emocionante.

—¿Qué pasa si alguien quiere hablarte en lugar de escribirte? —preguntó Damián de repente, mirándome con ojos brillantes.

Me detuve en seco, sintiendo que mi corazón latía un poco más rápido. No sabía qué responder, pero sabía que quería hacerlo. Quería hablar con Damián, quería decirle algo que lo hiciera sonreír de nuevo.

—Creo que estaría bien —dije finalmente, sintiendo que mi voz temblaba un poco.

Damián sonrió, y esta vez fue una sonrisa que iluminó todo su rostro.

—Me alegra —dijo, y siguió caminando.

Yo lo seguí, sintiendo que estaba empezando a entender algo que no sabía que estaba allí. La sensación de conexión con Damián era fuerte, como si estuviéramos unidos por un hilo invisible.