📖 Capítulo 3 — El Bosque de Tiriahn
El Bosque de Tiriahn era un susurro de muerte.
Antiguamente un jardín sagrado, ahora solo quedaban árboles retorcidos, enredaderas negras y un aire espeso cargado de magia salvaje.
Caelan se movía entre los troncos como una sombra, su lobo caminando a su lado, los ojos como faroles en la niebla.
Cada paso que daba, el vínculo con su Bestia se fortalecía.
Podía sentirlo: los murmullos del bosque, los ecos de criaturas invisibles, las memorias enterradas bajo el suelo empapado.
El lago negro estaba cerca.
Y con él, su primer fragmento de poder perdido.
Caelan no bajó la guardia ni un instante.
Sabía que el inquisidor enviado por el Concilio no tardaría en encontrarlo.
No tuvo que esperar mucho.
Cuando alcanzó el claro donde el lago oscuro dormía bajo un cielo sin estrellas, un escalofrío recorrió el bosque.
Una figura emergió de entre los árboles.
Vestía una armadura de escamas rojas, decorada con runas abrasadas, y su rostro era una máscara de acero, con cuernos retorcidos saliendo de sus sienes.
En su mano derecha, un bastón de fuego negro chisporroteaba, dejando un rastro de cenizas a su paso.
—Caelan de Duskvarr —rugió la figura—.
—Por mandato del Concilio de las Coronas, eres acusado de resucitar magia prohibida.
—Ríndete... y tu muerte será rápida.
Caelan ladeó la cabeza, su sonrisa apenas una sombra.
—¿Rápida? —musitó—.
—Prefiero enseñarles qué lento puede ser el olvido.
La Bestia de Sombra junto a él gruñó, sus dientes de niebla listos para desgarrar.
El inquisidor levantó su bastón. Un torrente de fuego maldito rugió hacia Caelan como un río de destrucción.
Pero Caelan ya se movía.
Con un gesto de su mano, las sombras del bosque convergieron a su alrededor, formando un escudo etéreo que desvió las llamas justo antes de alcanzarlo.
El lobo oscuro se lanzó como un relámpago, chocando contra el inquisidor con una furia primigenia.
El combate estalló.
Magia contra magia.
Bestia contra hombre.
Pasado contra presente.
El inquisidor invocó una lanza de fuego maldito, lanzándola hacia el pecho de Caelan.
Caelan respondió canalizando las sombras a través de su brazo, moldeándolas en una cuchilla negra que cortó la lanza en dos en pleno vuelo.
Cada golpe, cada hechizo, cada rugido resonaba en la noche como tambores de guerra.
Finalmente, Caelan encontró su oportunidad.
Rodó bajo un tajo de fuego, surgió detrás del inquisidor y clavó su mano en el suelo.
Desde la tierra misma, raíces negras cubiertas de runas prohibidas surgieron, atrapando las piernas del enemigo.
Con un rugido, su Bestia saltó sobre el inquisidor, desgarrando su armadura.
Caelan caminó hacia él, sus ojos brillando con un poder ancestral.
—Dile al Concilio... —susurró, mientras la sombra devoraba al inquisidor—
—...que los muertos caminan.
Y con un último grito sofocado por la niebla, el inquisidor desapareció.
Solo quedó silencio.
Un silencio pesado... expectante.
Caelan se volvió hacia el lago negro.
En su superficie, como un corazón latente, una luz azulada brillaba.
El Fragmento del Corazón Primordial lo llamaba.
El primer paso estaba completo.
Pero las verdaderas guerras apenas comenzaban.