📖 Capítulo 10 — El Heraldo de la Muerte
La noche eterna había caído sobre el Círculo de los Eternos, y la atmósfera estaba impregnada con una quietud sobrenatural. Las llamas azules de las antorchas en las paredes temblaban, como si la oscuridad misma intentara devorar cada rincón del Círculo.
El Heraldo de la Muerte estaba a punto de ser liberado.
En lo profundo de una cámara secreta, debajo de los cimientos de la fortaleza, los miembros del Concilio de la Luz se encontraban reunidos. Valthior y Lady Eveline observaban en silencio mientras el ritual prohibido comenzaba.
Sobre un altar de obsidiana negra, se encontraba una esfera sombría, un objeto antiguo que había sido sellado por siglos. La esfera pulsaba con un resplandor rojo, como si contuviera la furia de mil tormentas en su interior.
—Este es el último paso. —dijo Valthior, su voz resonando en el aire.
—Con esto, desatamos al Heraldo de la Muerte.
—No hay vuelta atrás.
Lady Eveline se adelantó, sus ojos brillando con una mezcla de temor y expectación.
—No podemos fallar ahora, Valthior. —su voz, fría como el hielo—.
—Si no controlamos a esta criatura, todo será destruido.
Valthior asintió, pero su mirada era feroz.
—El Heraldo no es solo una criatura de muerte.
—Es un medio para restaurar el orden, para purgar el mundo de las sombras que Caelan y los suyos han desatado.
—El Concilio será más fuerte que nunca.
Con un gesto imperioso, Valthior comenzó a trazar símbolos arcanos en el aire, cada uno de ellos brillando con una luz oscura. Las fuerzas mágicas comenzaron a levantarse, chasqueando y retumbando en la sala.
Las paredes comenzaron a temblar a medida que la esfera se iluminaba con una luz aún más intensa.
De repente, un grito indescriptible rompió el aire.
El Heraldo de la Muerte había despertado.
La esfera explotó en luz roja, y una onda de energía oscura se desplegó por todo el Círculo. El aire se volvió pesado, y las sombras comenzaron a cobrar forma, tomando la apariencia de figuras humanoides. Pero no eran hombres ni bestias. Eran presencias malignas, vacías, sin alma, y sus ojos brillaban con un rojo infernal.
En el centro de la explosión de energía, una figura oscura comenzó a materializarse.
Era inmensa, envuelta en una capa de sombras que se desvanecían y se renovaban con cada movimiento. Su rostro no tenía forma, pero se podía sentir una presencia demoníaca y terrible que emanaba de él.
El Heraldo de la Muerte.
Su voz resonó en la mente de todos los presentes, como un eco eterno que parecía venir de todas partes a la vez.
—He despertado.
—¿Qué deseo me traéis?
Valthior se adelantó, sus ojos brillando con una fría determinación.
—Heraldo, venimos a pedirte que purgues al traidor Caelan de Duskvarr y a destruir su alianza con los Sapharion.
—Destruye su ejército y devora su alma.
—El Concilio de la Luz exige tu obediencia.
El Heraldo de la Muerte se inclinó levemente, como si estuviera evaluando a los presentes.
Su cuerpo parecía cambiar de forma a medida que las sombras se arremolinaban a su alrededor.
—Vuestro deseo será cumplido. —dijo con una voz que retumbó en las almas de todos los presentes—.
—Pero recordad esto.
—No sois los únicos que controlan el poder.
—El precio de desatarme será más alto de lo que podéis imaginar.
Con un solo movimiento de su mano, el Heraldo de la Muerte se disolvió en sombras, desapareciendo de la vista.
Pero el vacío que dejó fue suficiente para congelar el aire.
La Amenaza se Mueve
En la misma noche, lejos de las sombras del Concilio, en las tierras de Duskvarr, Caelan sentía la presencia de algo mucho más oscuro que el Cazador de las Sombras. La magia oscura había tocado la tierra, y algo profundo en su ser lo alertó de que un nuevo enemigo había sido desatado.
Su Bestia Guardian se encorvó, sus ojos ardiendo como brasas.
—Es solo cuestión de tiempo... —musitó Caelan, mientras su mente ya calculaba los movimientos estratégicos que debería hacer para enfrentar esta nueva amenaza.
Los Sapharion ya estaban listos para luchar, pero lo que venía ahora era más que magia. Era una furia primordial, un ser que no entendía las reglas de su mundo.
Y, sin embargo, Caelan no vaciló.
Porque había algo en su corazón que lo hacía más fuerte que nunca.
[FIN DEL CAPÍTULO 10]