emyshchion

En un mundo donde cada ser humano nacía con un Guardián Bestial, criatura forjada de la magia de los elementos primordiales —fuego, agua, viento, tierra—, la vida era una danza eterna entre el poder y el destino. Desde su primer aliento, a cada niño se le concedía no solo una bestia, sino también un Dominio: una afinidad mágica que moldearía su camino, ya fuera la invocación de tormentas, la manipulación de las llamas, la comunión con la tierra o el fluir del agua.
La nobleza y la realeza eran castas no solo de sangre, sino de poder. Las Casas más antiguas dominaban elementos raros: hielo, relámpago, sombras, incluso éter espiritual. Ángeles custodiaban antiguos pactos de equilibrio. Demonios susurraban tentaciones en las noches más oscuras. Hadas y espíritus vagaban entre los mortales, invisibles para la mayoría, pero vitales en los hilos del destino.
En este mundo nació —o más bien, renació— Caelan Duskvarr, un alma vieja atrapada en un cuerpo joven, sin memoria clara de su vida anterior, pero con la sensación ardiente de que había dejado asuntos inconclusos. Esta vez, en su nacimiento, su Guardián no fue un lobo de fuego ni un tigre de viento... sino una criatura prohibida: un Dragón de Sombra, un ser que no pertenecía a ningún elemento natural conocido.
Marcado por la sospecha, temido por los sabios, y vigilado por la realeza, Caelan tendría que navegar una vida plagada de secretos, donde su Dominio —aún desconocido y errático— lo conectaba tanto a la luz de los ángeles como a la oscuridad de los demonios.
El equilibrio del mundo se resquebrajaba. Familias nobles caían, reyes morían sin dejar herederos, y bestias salvajes surgían de grietas en la tierra misma. A medida que su poder crecía, Caelan descubriría que su reencarnación no era un accidente. Él era la pieza clave en un juego ancestral entre fuerzas divinas y malditas... y el mundo entero era el tablero.
Para sobrevivir, Caelan tendría que domar su Guardián, desentrañar el misterio de su pasado, formar alianzas improbables con hadas y espíritus, y desafiar a la mismísima nobleza y realeza que pretendían usarlo como un arma o destruirlo.

"El Guardián de las Sombras Primordiales"

Caelan, atrapado en esta línea temporal olvidada, siente el peso de la historia apilada sobre su alma. El paisaje a su alrededor es desértico y descompuesto, como un eco incompleto del mundo real. Las criaturas elementales son puras, sin domesticar. Las leyes mágicas son otras.

Y el tiempo… no fluye. Se repite. Se contrae.

> —Este lugar es un fragmento. Un trozo del ciclo… descartado, pero aún vivo.

Guiado por instinto —o por el llamado ancestral del alma de Kael’Orin— Caelan llega a un templo subterráneo tallado en una montaña flotante. En su interior lo espera el **Guardián del Umbral**, una entidad formada de hueso y fuego líquido, con ojos que han visto el inicio de los reinos.

> —Solo los que han nacido mil veces pueden abrir el portal.

> Y solo aquellos que han **recordado** su primera muerte… pueden regresar.

Caelan comprende que no podrá volver sin enfrentarse al recuerdo más oculto de su alma: **su primera muerte, en su primera vida, como Kael’Orin.**

En un círculo mágico olvidado por la historia, Caelan se sienta. El Guardián pronuncia palabras en un idioma que hiere el aire, y entonces, **la visión lo consume**.

Ve a Kael’Orin enfrentarse a los Constructores del Ciclo. Los dioses artificiales que pretendían **encerrar el alma humana** en un sistema eterno, sin libertad real. Y lo ve morir… no a manos de ellos, sino por su **propio sacrificio**, al sellarse dentro del ciclo mismo para romperlo desde adentro.

> —Cada vez que despierte… recordaré un poco más.

> Y algún día… uno de nosotros **despertará por completo.**

Cuando Caelan vuelve en sí, el Guardián del Umbral le ofrece la elección:

- **Regresar**, pero sin controlar aún del todo el poder del ciclo, llevando consigo fragmentos de este plano.

- O **quedarse** y desenterrar todo, arriesgando perder su conexión con su época.

Caelan decide **volver**, pero no como antes. Ahora sabe que el ciclo fue una prisión creada por seres que temían lo que el alma humana podía alcanzar.

Y que su existencia... **es la grieta que lo puede romper**.

El portal se abre. Caelan atraviesa, envuelto en energía atemporal. Cuando despierta, está en las afueras de su mundo. Sus heridas han sanado, pero sus ojos han cambiado: ahora llevan el reflejo de **quien ha visto el principio del todo**.

Una criatura vaga tras él: una sombra sin forma, nacida del recuerdo de Kael’Orin, un fragmento de sí mismo que ha tomado cuerpo.

No es enemiga… pero tampoco es completamente leal.

> —Yo soy tu eco. Si caes… yo terminaré lo que tú iniciaste.

**FIN DEL CAPÍTULO 47 — El Umbral Entre Mundos**

Capítulo 47 — El Umbral Entre Mundos