Raymond sabía que Valentina seguía siendo virgen, así siempre la había visto, y no estaba sorprendido ahora.
Sin embargo, esta vez algo era diferente en Valentina, y no había podido identificar qué era.
Pero pronto lo descubriría.
Entonces se movió con deliberada lentitud, sus ojos carmesí nunca abandonando los brillantes ojos azules de Valentina. Su agarre en su cintura era firme pero cuidadoso, sus movimientos calculados para llevarla suavemente al momento. Pero mientras empujaba más profundo, un agudo jadeo escapó de sus labios, su cuerpo tensándose debajo de él.
En ese momento ella apretó los dedos contra las sábanas, su respiración inestable mientras la desconocida tensión enviaba una ola de dolor a través de ella. Sus ojos brillantes resplandecían con lágrimas contenidas, pero no se apartó.
Raymond se quedó quieto, su frente presionando contra la de ella, su voz suave pero tensa. —¿Quieres que me detenga?