Mientras las palabras de Raymond quedaban suspendidas en el aire, siguió un pesado silencio, cargado de irritación e incredulidad.
La expresión de Liam se oscureció instantáneamente. Su mandíbula se tensó, sus dedos temblaban a sus costados. Su pecho subía y bajaba bruscamente, apenas conteniendo su ira. Cada palabra que Raymond pronunciaba le irritaba, como una burla, como un desafío.
La forma en que hablaba con tanta confianza, como si realmente perteneciera a este lugar, como si realmente tuviera los medios para igualar su arrogancia—hacía hervir la sangre de Liam.
No podía creer que un don nadie tuviera el valor de pronunciar semejantes tonterías.
María, por otro lado, parecía como si hubiera tragado algo podrido. Sus labios se torcieron con disgusto, su nariz ligeramente arrugada. Cruzó los brazos con fuerza, golpeando sus uñas perfectamente manicuradas contra su brazo, tratando de contenerse para no estallar.