Su dedo dudó sobre el botón de llamada, pero no tenía otra opción. Lo presionó.
La línea apenas sonó dos veces antes de que él contestara.
—¿Valentina? —Su voz era clara, firme, pero había un indicio de sorpresa.
—¿Valentina? —Su voz era estable pero afilada—. ¿Qué está pasando? ¿Estás cansada? ¿Dónde estás? ¿No puedes conducir?
En ese momento Valentina exhaló lentamente, ya exhausta.
—Tranquilízate, Raymond. Estás demasiado ansioso para ser un ser humano.
Su silencio se extendió por un segundo. Podía notar, solo por la forma en que ella hablaba, que algo no estaba bien.
Inmediatamente su voz bajó de tono.
—¿Ocurre algo?
Ahí estaba. Esa rara preocupación entrelazada en su tono habitualmente despreocupado.
Valentina tragó saliva, agarrando el teléfono con fuerza. Dudó, pero no tenía sentido ocultarlo.
—Estoy atrapada —admitió.