CAPÍTULO 136

Pero María no dejó de caminar. El silencio la inquietaba, pero algo la seguía empujando hacia adelante—curiosidad, orgullo, tal vez incluso miedo. Sus tacones resonaban contra las baldosas pulidas mientras subía los cortos escalones hacia la puerta principal de la mansión.

En ese momento, levantó la mano, lista para tocar—cuando la puerta se abrió crujiendo por sí sola.

Y allí estaba, la madre de Raymond, la misma anciana que había venido con él aquel día.

La mano de María quedó congelada en el aire, sus ojos se agrandaron al posarse sobre la mujer que estaba frente a ella.

No era la misma mujer que recordaba haber visto aquel día en público—aquella vestida sencillamente, con la cabeza inclinada, callada y aparentemente fuera de lugar.

¿Esta mujer? Se erguía alta. Elegante. Orgullosa.