Raymond cambió ligeramente su peso, el sutil movimiento de alguna manera más amenazante que cualquier gesto evidente. Trevor se estremeció.
—La organización... —continuó Trevor, buscando desesperadamente palabras que pudieran salvarlo—. Tenemos protocolos. Capas de protección. La persona que me dio el trabajo no es la misma persona que lo ordenó.
La apuesta se extendía ante él como un precipicio. Decirle a Raymond lo que quería saber y enfrentar una muerte segura de su propia gente, o negarse y enfrentar lo que este hombre tenía planeado para él aquí y ahora. La fuerza inhumana que Raymond ya había demostrado hacía que esa opción fuera aterradoramente clara.
La mente de Trevor recorrió escenarios, cada uno terminando peor que el anterior. El frío concreto bajo sus rodillas parecía absorber el último calor de su cuerpo mientras los segundos se estiraban hacia la eternidad.