¿De acuerdo?

Adir estaba sentado en silencio, con la cabeza inclinada, las manos fuertemente entrelazadas, los labios moviéndose sin emitir sonido. El peso silencioso de su dolor presionaba sobre su pequeño cuerpo, aunque ni una sola lágrima había escapado de sus ojos.

A su lado, Adam permanecía quieto, mirando fijamente hacia adelante sin enfocar nada en particular.

Durante un largo momento, ninguno de los dos habló.

Adam miró de reojo al niño. Adir no se había movido en casi diez minutos. Sus hombros estaban rígidos, su postura congelada, y la mirada vacía y distante en su rostro hacía que Adam se sintiera tan perdido como cuando tenía esa edad — cuando había perdido a su propio padre y abuelo.

Adam se movió ligeramente en su asiento, buscando palabras que pudieran ayudar al pequeño. Pero nada parecía venirle a la mente. Suspiró y luego habló suavemente, sin estar seguro de si el niño lo había escuchado o no.

—No tienes que hacerlo solo. Estoy aquí contigo.