Mirada fija

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—¿Por qué estás mirando fijamente mi mano? —preguntó Adam, arqueando una ceja.

Melanie se sobresaltó y levantó la mirada, tratando de disimular.

—¿Quién dijo que estaba mirando tu mano?

—Puedo sentirlo, ¿de acuerdo? —dijo él, moviendo ligeramente los dedos—. Has estado taladrándola con la mirada durante el último minuto.

—Oh, vaya. Y yo puedo sentir cómo me duelen los huesos —respondió ella, cruzándose de brazos—. No gracias a ti.

Melanie miró por encima de su hombro para comprobar cómo estaba Adir. El pequeño estaba envuelto en su manta, con la cabeza ladeada en el asiento trasero, profundamente dormido. Se volvió, apoyó el codo en la ventana y miró la mano de Adam de nuevo.

—Creo que tu muñeca es demasiado sexy —dijo, con expresión impasible.

Adam balbuceó, literalmente balbuceó, y giró la cabeza hacia ella con los ojos muy abiertos.

—¿Qué...?

—Ojos en la carretera, Adam —le advirtió, sonriendo con suficiencia.