—No llores —él limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas—. Él no merece tus lágrimas.
Ana temblaba, su pecho subiendo y bajando con sollozos silenciosos.
—Duele —susurró, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura.
Agustín se tensó por un momento, tomado por sorpresa por la repentina cercanía. Pero al sentirla temblar en su abrazo, se relajó, su mano acariciando su cabello. No habló, no intentó ofrecer palabras vacías de consuelo—simplemente la sostuvo, permitiéndole derramar la tristeza que había mantenido enterrada.
Pero bajo su exterior tranquilo, una tormenta rugía.
«Denis», su mandíbula se tensó, «te haré pagar por cada lágrima que ella derrama».
Un largo momento pasó. Eventualmente, los sollozos de Ana se calmaron, su respiración estabilizándose. Dándose cuenta de lo fuertemente que se había aferrado a él, rápidamente se apartó, la vergüenza inundando su expresión.
Un profundo rubor se extendió por sus mejillas.
—Y-yo iré a refrescarme.