Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Agustín.
—Ven —dijo, guiándola suavemente hacia el sofá—. Pide un deseo.
Ana dudó solo por un momento antes de cerrar los ojos. Un rato después, abrió los ojos y sopló las velas.
Tomó el cuchillo y cortó el pastel, sacando un trozo limpio antes de acercarlo a los labios de Agustín.
Él se inclinó hacia adelante, tomando el bocado, sin apartar nunca la mirada de la de ella.
Un extraño calor subió por el cuello de Ana mientras sostenía su mirada. Luego, como liberándose de un trance, sus pensamientos se desviaron hacia el pasado.
—En realidad no conozco mi fecha exacta de nacimiento —murmuró—. Era demasiado pequeña cuando mi padre adoptivo me encontró y me acogió. Él no sabía mi fecha de nacimiento. Así que, el día que me adoptó oficialmente, decidió que ese sería mi cumpleaños.
Durante años, su vida había estado llena de calidez y alegría. Pero entonces, todo cambió cuando su padre tuvo un accidente.