No puedes resistirte a mí.

Ana levantó la mirada hacia él y al instante se arrepintió.

Agustín sostuvo su mirada con una intensidad silenciosa que le envió un escalofrío involuntario por la espalda. Había algo en su mirada, algo ilegible pero poderoso, que la mantenía cautiva.

Sus dedos se curvaron instintivamente alrededor del borde de la mesa. «Maldito sea».

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba que su estómago diera un vuelco con solo una mirada?

Como si percibiera su lucha interna, Agustín dejó escapar una suave risa, alcanzando su taza de té. —Relájate, no voy a morderte.

Ana puso los ojos en blanco, enmascarando su estado de nerviosismo con un bufido de fastidio. Agarró su propia taza, tomando un sorbo de té, tratando de calmar el nervioso aleteo en su pecho.

Agustín no había terminado. Dejó su taza, con un destello de picardía en su mirada. —Puedes mirarme todo lo que quieras —añadió casualmente—. Es normal para una pareja recién casada.

Ana casi se atraganta.