Ana se tensó, sus palabras la impactaron.
¿Enamorarse de él? La idea debería haberla hecho reír. Debería haberse burlado, puesto los ojos en blanco, ignorarlo. Pero no lo hizo. No pudo.
Porque en el fondo, lo sentía —esa innegable atracción hacia él. La forma en que su corazón latía, cómo su cuerpo reaccionaba ante su cercanía– era algo que no había anticipado. La aterrorizaba.
Su silencio y la mirada en sus ojos revelaron que él tenía ciertos efectos en ella. Al menos, no lo alejó.
Los ojos de Agustín brillaron con algo triunfante. Una sonrisa conocedora tocó sus labios. Era suficiente para que él creyera que podía hacer que ella se enamorara de él.
Inclinándose aún más cerca, susurró en su oído:
—Ya te estás enamorando de mí.
Ana inhaló bruscamente, sorprendida por su pura confianza. Sus labios se separaron para protestar, para lanzar una respuesta mordaz —pero antes de que pudiera hablar, él presionó un dedo contra sus labios.