Por primera vez en ese día, una brillante sonrisa se dibujó en el rostro de Ana, ahuyentando la tormenta de angustia que nublaba su mente.
—Gracias, doctor —dijo radiante—. Por favor, comience a administrarle la medicina a mi padre inmediatamente. Le transferiré el dinero.
—Señorita Clair, espere un momento —advirtió el doctor—. Este medicamento es bastante costoso. ¿Está absolutamente segura...?
—No importa —interrumpió Ana sin vacilar—. Solo quiero verlo despertar.
Hubo una breve pausa antes de que el doctor respondiera.
—Está bien, entonces. Le enviaré la factura en breve.
La llamada terminó, y en cuestión de segundos, apareció una notificación de mensaje en su pantalla.
Ana lo abrió con un toque, su ritmo cardíaco disminuyendo mientras leía la cantidad. Era solo para el suministro de un mes, pero el costo era mucho más de lo que había anticipado.
Sus dedos se tensaron alrededor del teléfono mientras dudaba por una fracción de segundo. Pero luego, alejó la duda.