Ana se metió un trozo de tostada en la boca para evitar responder.
—Estás actuando raro —comentó él, con preocupación en sus ojos—. ¿Estás segura de que no pasa nada?
«Sí, algo pasa. Soñé contigo... tocándome, besándome, haciéndome el amor». El solo pensamiento hizo que sus mejillas ardieran más. Pero nunca podría admitirlo. Ni en un millón de años.
Tomó su vaso de jugo y dio un largo sorbo, esperando que él no notara cómo le temblaban ligeramente las manos.
Agustín no podía quitarse la sensación de que algo no estaba bien con ella, que algo la perturbaba. —Sea lo que sea que te esté molestando, puedes contármelo. —Su voz se suavizó—. Lo digo en serio, Ana. Si algo está mal, solo dilo.
Ana casi se atragantó con su bebida. «¡Contártelo! Ni en esta vida». Dejando el vaso con demasiada fuerza, se puso de pie de un salto, su silla raspando contra el suelo. —Ya terminé.
Antes de que él pudiera insistir más, giró sobre sus talones y salió corriendo, con el corazón acelerado.