Gustave fue tomado por sorpresa, sus pupilas dilatándose.
—Señora Ana... ¡ella es quien lo salvó en aquel entonces!
La revelación lo golpeó como una ola, dejándolo momentáneamente sin palabras.
Luego, tan pronto como la verdad se asentó, la culpa lo carcomió. Sus hombros se hundieron y bajó la cabeza, arrepintiéndose de cada palabra dura que le había dicho a Ana antes. La había juzgado injustamente, completamente ignorante de su conexión pasada con Agustín.
—Ella es la única mujer que realmente me ha importado —continuó Agustín. Su voz estaba cargada de emociones y convicción—. Es la única a quien he amado. Pero en aquel entonces, fui demasiado cobarde para decírselo. Me convencí a mí mismo de que no le gustaría. Así que mantuve mi distancia, observándola desde lejos.
Una sonrisa amarga tiró de sus labios, pero no llegó a sus ojos.