Ana miró fijamente a Gustave, todavía procesando su inesperada súplica. No solo le estaba pidiendo perdón—le estaba pidiendo un castigo, como si soportar algún tipo de consecuencia aliviara el peso de su culpa.
Su remordimiento era evidente en la forma en que estaba de pie, con los hombros tensos, la mirada baja, esperando su veredicto. No lo decía solo para aplacarla; realmente lo sentía.
Pero, ¿realmente quería castigarlo?
Un suspiro escapó de sus labios, y negó con la cabeza. —No voy a castigarte. Simplemente olvida esto. Fingiré que nunca escuché nada.
Gustave levantó la mirada hacia ella, su expresión oscureciéndose con culpa. —Sé que sigues molesta conmigo. No aceptarás mis disculpas. Bien. Pero por favor, dime qué puedo hacer para que te sientas mejor. Haré cualquier cosa que me pidas.
Ana dejó escapar una breve risa sarcástica. —¿En serio? Dices que harás cualquier cosa que te pida, pero ni siquiera escuchas cuando te digo que dejes el tema.