Un viejo amigo

Ana no se movió. Su cuerpo permaneció tenso contra él, hormigueando por la sensación de su calor, su aroma, su cercanía. Cada nervio se sentía intensificado, vivo.

—Quería salir de la reunión a mitad de camino y venir directamente a ti —murmuró, abrazándola más cerca, presionando su cuerpo cómodamente contra el suyo.

Su latido del corazón retumbaba contra su pecho, salvaje e irregular. Sintió que la tela de su bata se movía ligeramente con su abrazo y le recordó lo que llevaba debajo. El calor la recorrió, acumulándose en su estómago. Sus dedos de los pies se curvaron contra la alfombra, y sus dedos se apretaron a sus costados, la anticipación y el nerviosismo bailando dentro de ella como fuego sobre su piel.