Ana bajó la mirada, con las mejillas encendidas. —No te estaba mirando.
—¿No? —Agustín levantó una ceja, con diversión bailando en sus ojos—. Entonces, ¿qué... me estabas tocando en su lugar?
Su boca se abrió, pero no salieron palabras. —Yo... no —tartamudeó.
Él se rio, claramente disfrutando. —Todavía negándolo —dijo, atrayéndola más cerca con un brazo firme alrededor de su cintura—. Solo admite que no puedes mantener tus manos lejos de mí.
—Estás completamente delirando —murmuró ella, presionando sus palmas contra su pecho e intentando empujarlo hacia atrás. Pero su agarre no se aflojó.
—Debes seguir hambrienta —murmuró él, con los ojos brillantes—. ¿Quieres otra ronda en la ducha?
La mandíbula de Ana cayó. Todavía estaba adolorida, sus músculos dolían y sus piernas apenas se mantenían firmes después de anoche. Otra ronda la dejaría postrada en la cama. Y ni siquiera había tenido la oportunidad de hablar con él sobre lo que sucedió en la oficina.