Xavier caminó por el largo pasillo, todavía goteando ligeramente con agua a pesar de haberse secado con una toalla antes. La expresión en su rostro era indescifrable y caminaba con la cabeza en alto y la columna recta como si fuera el dueño del Reino.
A su paso, los omegas comenzaron a temblar y los guardias de turno tuvieron que hacer un gran esfuerzo para no estremecerse. Para ellos, no era solo un príncipe poderoso, era un Dios conspirador.
A diferencia del Rey Killian, que siempre estaba presente en el palacio, el Príncipe Xavier nunca lo estaba... ni siquiera de niño, ya que odiaba los asuntos reales. No era solo astuto y manipulador con la gente, era un hombre misterioso y letal. Solo los tontos se atreverían a desafiarlo. Era similar a su hermano en diferentes aspectos, pero lo que lo distinguía del Rey Killian era su forma de matar. Killian mataba rápido y solo torturaba en momentos importantes, pero Xavier disfrutaba haciendo sufrir a sus víctimas.