Me desperté temprano a la mañana siguiente con el corazón pesado y un remolino de preocupación en mi cabeza.
Marion y yo apenas habíamos dormido después de salir de Suecia.
Todavía podía sentir el peso de aquellas palabras amenazantes, incluso mientras el avión nos elevaba muy por encima de la Tierra y quizás lejos de esas amenazas.
El largo vuelo a México fue silencioso.
Me senté junto a la ventana, observando las nubes que se deslizaban lentamente, preguntándome si nuestra huida había sido demasiado repentina.
Sostuve la mano de Marion con fuerza, esperando que su agarre firme calmara mis pensamientos temblorosos.
Una vez que aterrizamos, el cálido aire mexicano se sintió como una pequeña y amable bienvenida.
Condujimos en silencio por caminos polvorientos que nos llevaron a un Airbnb apartado, lejos de los pueblos concurridos.
Sabía que Marion había movido todos los hilos para asegurarse de que esto funcionara en menos de veinticuatro horas y por eso, estaba agradecida.